0. Limpieza. Una manera de poner orden al comienzo de un nuevo año. También mezclar las fichas como en el dominó sobre la mesa. He recogido notas antiguas para que no desaparezcan, aunque las mezcle aquí y pierdan la importancia que tuvieron en su momento. 1. Así, cuando me acordé de Cancanilla. A mi lado, en un vuelo a Madrid, una chica de unos dieciocho años estaba muy tensa. Jindama a volar, me dije. En el asiento de ventanilla, su padre, que supo tranquilizarla; sobre todo, al aterrizar. Lloró, se molestó con cualquier comentario, preguntó dos veces al personal de cabina cuándo llegábamos; miraba constantemente al otro lado, donde estaban su madre y su hermano para reclamar atención; y volvió a llorar. Ya en tierra, preguntaba a su padre si se le notaban las marcas de haber llorado. No, le dijo. Pero su pelo estaba descompuesto. No parecía la misma que había subido al avión. Me acordé de Cancanilla y de lo de la jindama, que no sé cómo se dirá en italiano, pues yo volvía de Milán, cuando el cantaor contaba que no actuaba en el extranjero porque le daba jindama el avión. Bonita palabra, ya dije. 2. Mostrador y barra. Me consta que mostrador era en el siglo XVIII la mesa en la que se mostraban las mercancías, y supongo que enriqueció el significado al ampliarse el uso en las tabernas o en los aguaduchos, como en el de la primera jornada de Don Álvaro o la fuerza del sino, en la que aparece mostrador como barra. En el bar de mi abuela, hablábamos de mostrador, no de barra. Y me he acordado también de mi amigo Honorio Blasco. 3. «Sensaciones, recuerdos que atesora el cuerpo, más que la memoria», escribió Luis Landero en Absolución (2012), sobre la historia de Lino y Clara —me parece—, en una novela espléndida, como otras suyas, en la que la contingencia, la ironía y la casualidad son protagonistas. Me gusta hablar —escribirte— en esta clave literaria, porque literaria me parece esta experiencia, esta manera de vivir que vivimos, como una fábula, como una de esas páginas en las que leemos historias que nos gustaría vivir pero que no nos podemos permitir vivir. Qué difícil equilibrio. El mismo de hace un instante, entre el deseo imparable de estar juntos y de sentir la carne mortal —que espere sentada a morirse— y el deber de irse y separarse. Ya no. 4. Fue un sábado, de mañana, se respiraba un ambiente casi primaveral en el casco antiguo de Cáceres. Qué poco se necesita para estar bien en esta ciudad apacible. Por la prensa supe de la muerte de Íñigo Oriol, y envié un mensaje de condolencia a un buen amigo suyo. Era un hombre de bien, me contestó. No puedo comprender cómo se puede colocar una señalización tan fea en uno de los sitios más bonitos, el de la esquina de San Pablo, en San Mateo. Más de una hora con Carlos Santos y hora y media con Natalia Millán en Cinco horas con Mario. Aquel día disfrutamos en el Gran Teatro con Cinco horas con Mario, interpretada brillantemente por Natalia Millán. Ella vio la obra en el mismo sitio —en el gallinero con los antiguos bancos de madera— hace casi treinta años, cuando lo de Lola Herrera. Yo no me acordaba porque no estuve. 5. Una antigua alumna, cuando comenzó a ser profesora novata, me hablaba de TDAH y de TEA. Yo mostraba interés, pero cuando ella acababa de hablar, buscaba la denominación exacta de esos trastornos. Ahora, familiarizado también gracias a mi experiencia, puedo preocuparme más por lo que me pasa. 6. Voy de un libro a otro y voy de un texto a otro de los que llegan al buzón de casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario