El primero de septiembre siempre me trae algo de agosto. Realmente, solo son unas horas las que vivimos en esa distinción tan tremenda que algunos hacen entre uno y otro mes, entre la vacación y la vuelta a las labores. Ayer, en mi despacho. Echaba de menos mi despacho de la Facultad, aunque pasé por allí algunos días del mes pasado. No recuerdo en qué fase, C., una compañera querida, me decía que tenía ganas de volver a ver la puerta de mi despacho abierta, como suele estar si no recibo a alguien. Me gusta ese momento en el que un espacio tan reducido se convierte en una especie de confesonario; sea para atender una tutoría o para recibir a una colega que te cuenta una cuita. Lo que no podía imaginar es que en estos días la autoridad sanitaria recomendase que la ventana y la puerta de mi despacho permanezcan abiertas para que corra el aire. A la vuelta, me he encontrado con un vestigio reciente, de hace unos pocos meses: en una visita, una alumna me preguntó qué podría hacer alguien para publicar algo que había escrito. Fue tan enigmática como discreta, pues tuve que pedirle que me dijese por qué me preguntaba aquello. Averigüé que hablaba de alguien de su familia que había escrito algo que me dejó días después, que ya leí y de lo que no volví a saber nada más. Era un texto mal escrito, con mucho por recorrer, pero que me conmovió porque vi en sus costuras las ganas de compartir una inquietud. Seguirá en septiembre la puerta del despacho abierta o las tutorías en la calle, como ayer, en una céntrica terraza, aún de «vacaciones», disfrutando de una apacible conversación sobre la literatura y los libros, sobre las clases y el profesorado, sobre la vida y sobre el futuro. Ayer pensé en este agosto distinto que también se ha ido y cómo, por las entradas escritas aquí, suelen pasárseme por la cabeza las mismas cosas en la rueda de un existir que maldita la gana que tengo que se me trunque. Quise hablar hace unos días de mi Diccionario de citas y ya en agosto de 2011 aludí a él. Quise transcribir un fragmento de una carta de amor ficticio que proviene de un antiguo proyecto sobre el que también hablé aquí en agosto del año pasado. Y quise escribir sobre escribir cuando el otro día leí una entrevista con Antonio Garrigues Walker en la que decía que le encanta escribir teatro y que recomendaba a todo el mundo que no renuncie a pintar, «a hacer poesías… aunque lo hagan mal. Esa parte creativa de cada uno tiene mucho que ver con la felicidad», y volví a querer escribir sobre lo que ya escribí otro agosto pasado. Me repito, como agosto, como septiembre…
miércoles, septiembre 02, 2020
Septiembre
El primero de septiembre siempre me trae algo de agosto. Realmente, solo son unas horas las que vivimos en esa distinción tan tremenda que algunos hacen entre uno y otro mes, entre la vacación y la vuelta a las labores. Ayer, en mi despacho. Echaba de menos mi despacho de la Facultad, aunque pasé por allí algunos días del mes pasado. No recuerdo en qué fase, C., una compañera querida, me decía que tenía ganas de volver a ver la puerta de mi despacho abierta, como suele estar si no recibo a alguien. Me gusta ese momento en el que un espacio tan reducido se convierte en una especie de confesonario; sea para atender una tutoría o para recibir a una colega que te cuenta una cuita. Lo que no podía imaginar es que en estos días la autoridad sanitaria recomendase que la ventana y la puerta de mi despacho permanezcan abiertas para que corra el aire. A la vuelta, me he encontrado con un vestigio reciente, de hace unos pocos meses: en una visita, una alumna me preguntó qué podría hacer alguien para publicar algo que había escrito. Fue tan enigmática como discreta, pues tuve que pedirle que me dijese por qué me preguntaba aquello. Averigüé que hablaba de alguien de su familia que había escrito algo que me dejó días después, que ya leí y de lo que no volví a saber nada más. Era un texto mal escrito, con mucho por recorrer, pero que me conmovió porque vi en sus costuras las ganas de compartir una inquietud. Seguirá en septiembre la puerta del despacho abierta o las tutorías en la calle, como ayer, en una céntrica terraza, aún de «vacaciones», disfrutando de una apacible conversación sobre la literatura y los libros, sobre las clases y el profesorado, sobre la vida y sobre el futuro. Ayer pensé en este agosto distinto que también se ha ido y cómo, por las entradas escritas aquí, suelen pasárseme por la cabeza las mismas cosas en la rueda de un existir que maldita la gana que tengo que se me trunque. Quise hablar hace unos días de mi Diccionario de citas y ya en agosto de 2011 aludí a él. Quise transcribir un fragmento de una carta de amor ficticio que proviene de un antiguo proyecto sobre el que también hablé aquí en agosto del año pasado. Y quise escribir sobre escribir cuando el otro día leí una entrevista con Antonio Garrigues Walker en la que decía que le encanta escribir teatro y que recomendaba a todo el mundo que no renuncie a pintar, «a hacer poesías… aunque lo hagan mal. Esa parte creativa de cada uno tiene mucho que ver con la felicidad», y volví a querer escribir sobre lo que ya escribí otro agosto pasado. Me repito, como agosto, como septiembre…
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