Una vez transcurridos dos meses desde la solicitud de envío, a la indignación progresiva le acompañó un permanente estado de triste contrición por comprar libros ahí. Mis excusas están alojadas en una urgencia sentimental. Lo cierto es que Amazon —cuyo nombre pronuncio en vano— acaba de enviarme un mensaje en el que sienten informarme que «debido a la falta de disponibilidad, no podemos proporcionarte los siguientes productos de tu pedido. […] Hemos cancelado el/los producto(s) y te pedimos disculpas por las molestias causadas. También nos disculpamos por el tiempo que nos ha llevado llegar a esta conclusión. Hasta hace poco, esperábamos poder conseguirte este/estos producto(s) […]» En una de mis reclamaciones, y después de recibir comunicación de Amazon —en vano pronuncio el nombre— que me aclaraba que «el envío está en un tiempo de 1 a 2 meses desde la fecha de compra», dije a Paola, pues así firmaba quien me atendió, que por qué no ponían en la publicidad de la tienda más grande del mundo esa información que tan bien nos vendría a los cándidos. Que Amazon —vuelvo a tomar el nombre en vano— no pueda conseguir un «producto», como ellos lo llaman, recientemente puesto a la venta, resulta paradójico. No hace mucho, recibí en ocho días un libro inencontrable desde una librería americana de Seattle. El caso es que la historia de este malogrado regalo se resume en indignación, en contrición y, finalmente, en cierto regocijo que me permite acordarme de la paradoja de Zenón de Elea de Aquiles y la tortuga, que sirvió a Jorge Luis Borges para regalarnos su texto «La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga», de Discusión. Así que no me arrepiento de haberme precipitado por la urgencia sentimental de hacer un regalo de cumpleaños, que había que enviar a poco más de cien kilómetros desde aquí, ya que puedo demostrar que esa distancia puedo recorrerla a pie en unas veintitrés horas, que, a razón de etapas de quince o dieciséis kilómetros al día, podría culminar en una semana. La paradoja se basa en la disputa de una carrera del gran héroe Aquiles contra una tortuga. Si Aquiles concede a la tortuga una ventaja, y suponiendo que ambos comiencen a correr a una velocidad constante, a pesar de que la tortuga recorrerá una distancia mucho más corta, cada vez que Aquiles llegue a algún lugar donde ha estado la tortuga, todavía tendrá algo de distancia que recorrer antes de que pueda alcanzarla. Así conmigo y Amazon —cuyo nombre vuelvo a pronunciar en vano—, pues nunca podrá alcanzarme en mi afán de llegar hasta la meta de entregar un modesto pero gran libro en un destino deseado. Con razón —y lo escribo a poco de leer un reportaje sobre Jeff Bezos, el dueño de eso, que dicen que es el hombre más rico del mundo—, escribió Borges que la paradoja de Zenón de Elea no solo era atentatoria a la realidad del espacio, sino «a la más invulnerable y fina del tiempo».
sábado, agosto 29, 2020
Amazon y la tortuga
Una vez transcurridos dos meses desde la solicitud de envío, a la indignación progresiva le acompañó un permanente estado de triste contrición por comprar libros ahí. Mis excusas están alojadas en una urgencia sentimental. Lo cierto es que Amazon —cuyo nombre pronuncio en vano— acaba de enviarme un mensaje en el que sienten informarme que «debido a la falta de disponibilidad, no podemos proporcionarte los siguientes productos de tu pedido. […] Hemos cancelado el/los producto(s) y te pedimos disculpas por las molestias causadas. También nos disculpamos por el tiempo que nos ha llevado llegar a esta conclusión. Hasta hace poco, esperábamos poder conseguirte este/estos producto(s) […]» En una de mis reclamaciones, y después de recibir comunicación de Amazon —en vano pronuncio el nombre— que me aclaraba que «el envío está en un tiempo de 1 a 2 meses desde la fecha de compra», dije a Paola, pues así firmaba quien me atendió, que por qué no ponían en la publicidad de la tienda más grande del mundo esa información que tan bien nos vendría a los cándidos. Que Amazon —vuelvo a tomar el nombre en vano— no pueda conseguir un «producto», como ellos lo llaman, recientemente puesto a la venta, resulta paradójico. No hace mucho, recibí en ocho días un libro inencontrable desde una librería americana de Seattle. El caso es que la historia de este malogrado regalo se resume en indignación, en contrición y, finalmente, en cierto regocijo que me permite acordarme de la paradoja de Zenón de Elea de Aquiles y la tortuga, que sirvió a Jorge Luis Borges para regalarnos su texto «La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga», de Discusión. Así que no me arrepiento de haberme precipitado por la urgencia sentimental de hacer un regalo de cumpleaños, que había que enviar a poco más de cien kilómetros desde aquí, ya que puedo demostrar que esa distancia puedo recorrerla a pie en unas veintitrés horas, que, a razón de etapas de quince o dieciséis kilómetros al día, podría culminar en una semana. La paradoja se basa en la disputa de una carrera del gran héroe Aquiles contra una tortuga. Si Aquiles concede a la tortuga una ventaja, y suponiendo que ambos comiencen a correr a una velocidad constante, a pesar de que la tortuga recorrerá una distancia mucho más corta, cada vez que Aquiles llegue a algún lugar donde ha estado la tortuga, todavía tendrá algo de distancia que recorrer antes de que pueda alcanzarla. Así conmigo y Amazon —cuyo nombre vuelvo a pronunciar en vano—, pues nunca podrá alcanzarme en mi afán de llegar hasta la meta de entregar un modesto pero gran libro en un destino deseado. Con razón —y lo escribo a poco de leer un reportaje sobre Jeff Bezos, el dueño de eso, que dicen que es el hombre más rico del mundo—, escribió Borges que la paradoja de Zenón de Elea no solo era atentatoria a la realidad del espacio, sino «a la más invulnerable y fina del tiempo».
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