sábado, septiembre 05, 2020

Delibes

© Fotografía de Luis Magán

Ayer dediqué unas horas al gran Miguel Delibes, a leer sobre él en el monográfico de El Cultural «Cien por cien Delibes» por el centenario de su nacimiento. Me había encontrado por la mañana con un amigo que al verme con el suplemento, que lleva en portada un espléndido dibujo de Ricardo Martínez, me dijo que ya lo había leído y que no estaba de acuerdo con Luis María Anson en su «Primera palabra»; o sea, con que Delibes, junto a Cervantes y Pérez Galdós, es el tercero entre los más grandes novelistas de la historia literaria española. No soy muy amigo de este tipo de afirmaciones jerárquicas, pero no voy a discutir si las hacen otros lectores que saben lo que dicen y que, además, tuvieron relación afectuosa con la persona ensalzada. Delibes, para mí, es uno de los grandes; lo he leído con agrado siempre y, sin embargo, no tiene mucha presencia en mi biblioteca. También Rafael Narbona en su repaso biográfico («Miguel Delibes, una vida de fidelidades») lo equipara a Cervantes y a Galdós por su manera de fijarse en los excluidos, en los marginados. Darío Villanueva destaca en persona, pasión, paisaje, mito, estructura y lenguaje los seis caminos del autor de El hereje. Cine, teatro —el que no escribió pero al que le llevaron por sus novelas—, naturaleza, periodismo… se tratan en las páginas de este recuerdo del «escritor de la clase media», como le llama Ignacio Echevarría en un texto muy certero. Todo ese rato con Delibes me trajo el recuerdo de aquel encuentro de hace tantos años al que me referí aquí cuando murió. Hoy, aquella errata no me parece tan estrepitosa cuando se trataba de un conservador como él, de un matador de conejos y de perdices compatible con el pensamiento de un humanismo ecológico tan reparador como el que se desprende de la relectura —ahora, en 2020— de su discurso de ingreso en la Real Academia Española, cuyo exordio laudatorio culminó con estas palabras: «Vais a permitirme un inciso sentimental e íntimo. Desde la fecha de mi elección a la de ingreso en esta Academia me ha ocurrido algo importante, seguramente lo más importante que podría haberme ocurrido en la vida: la muerte de Ángeles, mi mujer, a la que un día, hace ya casi veinte años, califiqué de ‘mi equilibrio’. He necesitado perderla para advertir que ella significaba para mí mucho más que eso: ella fue también, con nuestros hijos, el eje de mi vida y el estímulo de mi obra pero, sobre todas las demás cosas, el punto de referencia de mis pensamientos y actividades. Soy, pues, consciente de que con su desaparición ha muerto la mejor mitad de mí mismo. Objetaréis, tal vez, que al faltarme el punto de referencia mi presencia aquí esta tarde no pasa de ser un acto gratuito, carente de sentido, y así sería si yo no estuviera convencido de que al leer este discurso me estoy plegando a uno de sus más fervientes deseos y, en consecuencia, que ella ahora, en algún lugar y de alguna manera, aplaude esta decisión mía. Vengo, pues, así a rendir público homenaje, precisamente en el aniversario de su nacimiento, a la memoria de la que durante cerca de treinta años fue mi inseparable compañera». Miguel Delibes Setién fue elegido el 1 de febrero de 1973 y tomó posesión el 25 de mayo de 1975 con el discurso titulado «El sentido del progreso desde mi obra», que respondió en nombre de la RAE Julián Marías. También la lectura de y sobre Delibes me ha traído a Antonio Otero Seco, al periodista extremeño de Cabeza del Buey, escritor y profesor exiliado en Rennes, a cuya muerte sus compañeros de universidad promovieron un Hommage à Antonio Otero Seco (Rennes, Centre D'Études Hispaniques. Université de Haute Bretagne, 1971) en el que publicaron textos Victoria Kent, Jean Cassou, Ramón J. Sender, Carmen Conde, Ana María Matute, Camilo José Cela, Ángel María de Lera, y, entre otros, Miguel Delibes con «La muda», un fragmento de su futura obra Los santos inocentes (1981), que, como me dijo Domingo Ródenas Moya —autor de una excelente edición de ese título en Clásicos y Modernos de Editorial Crítica—, sería una de esas «rebanadas» que Delibes fue cortando a su novela en fárfara para cumplir algún compromiso como esa propuesta de homenaje. Delibes.

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