A pesar de los varios miles de páginas de Juan Marsé que hay en casa —todas sus novelas, sus cuentos en varias ediciones principales, alguna recopilación de artículos (Tusquets sacó en 1988 en sus «Cuadernos ínfimos» la reunión de retratos para El País de Señoras y señores, y Lumen publicó en 2004 las crónicas del siglo XX de La gran desilusión)…—; y de los centenares de papeles sobre el maestro —artículos fotocopiados, volúmenes de estudios sobre el escritor, abultadas carpetas con recortes —desde aquel capítulo apócrifo de Sin noticas de Gurb, de Eduardo Mendoza, que publicó El País en abril de 1991, hasta el especial que El Cultural le dedicó por Caligrafía de los sueños en febrero de 2011…— que, sin clasificar, tengo debidamente localizados. A pesar de eso, ayer por la mañana, al bajar al quiosco compré varios periódicos para recortar y guardar parte de lo mucho que había salido en la prensa sobre el autor de Si te dicen que caí (1973). Y a pesar de que en estas circunstancias lo mucho que se publica son datos conocidos, lugares comunes y necrologías en las que casi hay más presencia del que firma que del finado. Mi periódico abría en portada con una fotografía de Marsé que le hizo Consuelo Bautista hace quince años y que yo recorté para posarla en su momento en uno de los estantes en los que están sus libros en mi casa. Escribieron Juan Cruz y Enrique Vila-Matas; Carles Geli hizo la crónica con los datos y Elsa Fernández-Santos reseñó la inevitable —y mejorable— materialización al cine de las novelas del cinéfilo Marsé. Había un artículo de Andreu Jaume («La última lección») que estaba muy bien y anunciaba la próxima publicación del libro inédito Viaje al sur, y un texto muy cercano de Javier Rodríguez Marcos que evocaba el descubrimiento de la lectura gracias a Juan Marsé en una esquinada comarca de Extremadura. Yo viví cómo ese lector, y su hermano Julián, seguirían sintiendo, años después, las huellas de aquella lectura de, por ejemplo, Últimas tardes con Teresa. «Papel», la revista diaria de El Mundo, abrió con una fotografía en blanco y negro de José Aymá del rostro curtido del escritor, y recogía varias semblanzas y opiniones, con poco cuidado formal —por errores de maquetación y por erratas— entre las que ya salía el nacionalismo catalán. Esto ya fue insistente en el ABC, que abrió la crónica de Sergi Doria, que destacaba que es un autor catalán en castellano «que abominaba de los nacionalismos», y que le dedicó su Tercera firmada por Fernando García de Cortázar, bien firme en su texto centrado sobre el espacio y, sobre todo, sobre la memoria. En este mismo periódico, eso sí, en el «Enfoque», con fotografía de Marsé cuando presentó Las muchachas de las bragas de oro (1978), Arturo Pérez Reverte tituló (?) su texto «Un autor ninguneado por el nacionalismo», que remató con su deseo de que «quede constancia del miserable ninguneo y la marginación a los que ha sido sometido por los políticos nacionalistas catalanes». No sé si porque no es su medio; pero Pérez Reverte no ha publicado aún su artículo prometido «A buenas horas, hijos de la gran puta», tan suyo. Todo se andará en el XL Semanal. Lo cierto es que la lectura de quiosco de ayer lunes, hecha con mi admiración, no me ha deparado mucha literatura. Lógico. Algo más el artículo de Fernando Valls en Infolibre, cuyo enlace me ha llegado hoy, y en el que no solo recoge la próxima publicación de Viaje al sur, sino la de un título como Notas para unas memorias que nunca escribiré, «del que no teníamos noticia», dice en su artículo Fernando Valls, que no desaprovecha la ocasión para volver a aludir al carácter sincero, insobornable y valiente de quien «se enfrentó a los malos directores de cine, a los mecanismos de los premios fraudulentos, a los políticos de la derecha rancia española y a los insolidarios, intolerantes y racistas que han gobernado Cataluña en las últimas décadas, de Pujol a Torra, pasando por el fugado Puigdemont, tres mamarrachos, por repetir el calificativo que les daba Marsé». Hoy también he leído una carta al director de El País firmada por Daniel García Delicado, de Albacete, que vuelve sobre lo mismo, que sufrió «el totalitarismo de la tierra que lo vio nacer» y que remata con otro lugar común que no por común deja de encerrar una verdad grande, que «el mejor homenaje que se le puede hacer a Juan Marsé es leerlo como lo que ha sido, un clásico moderno de la literatura en castellano». Luego, Carles Geli vuelve a escribir sobre el maestro una página —y pico de columna— con imágenes de la Barcelona de su contador de historias en la que recorre la «Geografía de Sarnita y Pijoaparte», en la que, ahora sí, uno encuentra más literatura, mucha más literatura. Y el gesto humano de Berta Marsé, la hija, que ha escrito una carta de agradecimiento «a todo el equipo médico de la Fundación Puigvert y del Hospital Sant Pau de Barcelona, especialmente al equipo de urgencias», por las atenciones que han tenido con su padre, que tanto confiaba —dice— en los médicos y en las enfermeras, a quienes gustaba escuchar. Y cierra: «Más de una vez me dijo que todos aquellos que trabajan en contacto íntimo con la vida y con la muerte tienen algo que decir. En estos tiempos difíciles para todos, tal vez sea un consejo a tener en cuenta. Escuchémosles». Nada más. Por ahora.
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