domingo, noviembre 03, 2019

3 de noviembre


Pedantoteca. Creo que fue el aviso de una debacle. En el cuarto en el que vivo hay una alacena antigua que restauré hace ya diecisiete años y que bauticé como la «pedantoteca» en homenaje al gran cuentista leonés Antonio Pereira, que, cuando vino a Cáceres, en noviembre de 2004, me contó que él llamaba así al estante de su biblioteca en el que estaban todos los libros que había escrito. A mí se me ocurrió coronar el sitio en el que he ido acumulando todos mis méritos con una plaquita —muy fúnebre, con los tonos de las lápidas, en negro y con las letras grabadas en blanco— con mi título y mis apellidos —«Dr. Lama Hernández»— que era la que figuraba en mi despacho compartido en la antigua Facultad que dejamos ahora hace veinte años, aquel edificio de la Fundación Valhondo. No era solo un estante, sino un altillo como el de los armarios en el que había tres niveles de libros, demasiado peso, y archivadores apilados, con todas las obras por triplicado en las que he tenido algo que ver desde 1986. Fotocopias, títulos, separatas, revistas, contratos de edición, fotografías, cajas con documentos, folletos, discos, libros, muchos libros… Estaba trabajando en mi escritorio cuando sentí un ruido, como un crujido, como cuando se pisa en una superficie que se hunde levemente. Me inquietan siempre sonidos que sobrevienen así; pero esa tarde intuí pronto qué había sido. Toda mi vida se había venido abajo por el peso. Demasiado peso. Me apresuré a desocuparlo todo, para evitar males mayores, y ahora no sé qué hacer con tanto papel, tanto documento, tanto libro… Y tanto peso. Así que estoy desubicado, con toda mi vida fuera de su sitio.

2 comentarios:

  1. Ánimo, Miguel Ángel. Desde Pink Floyd, y pasando por las campanas de Ana Ozores, estás de lo más novembrino. En esta ocasión, las campanas no doblan por ti. ¡A comerte el mundo, mozo!
    Un abrazo otoñal.

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  2. Gracias, Javier. Poquito a poco. Por el momento, sigo sin ser capaz de comerme el mundo. Gran abrazo.

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