Tengo que volver a empezar a leer La isla del fin del mundo (Barataria, 2018), de Selena Millares, que comencé en mal momento, escrita en primera persona y sobre algo ocurrido en el último tercio del siglo XVIII, que tanto me interesa. Y debería nutrirme completamente —escribiendo— de la novela ejemplar del extremeño de Azuaga Antonio Jiménez Casero Medea murió en Corinto (Chiado Editorial, 2016), que también tiene su primera persona y es también una manera muy discreta de ser un atractivo ejemplo de difusión de la literatura clásica, y cuya lectura debo a Carmen Alfonso. En la fotografía que parece un mosaico están dos libros muy recomendables y muy distintos —o no— de José Antonio Llera, que es profesor de literatura española en la Universidad Autónoma de Madrid y fue estudiante y doctor en la de Extremadura: los diarios de Cuidados paliativos (Logroño, Pepitas de calabaza, 2017), en los que hay de todo, incluso un Julián Marcos, profesor de latín que yo conocí (pág. 43), menos un índice onomástico, que es lo que uno echa en falta en libros que se escriben con alusión a tantas personas, desde Roger Wolfe a Abdón Moreno. Rafael Morales Barba. Oscar Barrero. José María Cumbreño. Julio Cortázar. Miguel Labordeta, que es a quien dedica su libro Vanguardismo y memoria. La poesía de Miguel Labordeta (Pre-Textos y Fundación Gerardo Diego, 2018), excelente ensayo que recorre toda la trayectoria del poeta aragonés, desde sus primeros escritos, muy jovencito —los antetextos de los quince años—, hasta la experimentación de Los soliloquios, de 1969, año de su muerte, y que tiene muy en cuenta los ricos materiales del archivo Miguel Labordeta de la Biblioteca María Moliner de la Universidad de Zaragoza. Libros, libros, libros. El trastero va a tener que esperar.
Feliz Navidad, Miguel Ángel. Que descanses, y que disfrutes con tus seres queridos. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Isabel. Igualmente. Feliz Navidad y feliz año también para ti y los tuyos. Un abrazo.
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