«Después de mucho» es el principio de un poema, «Sonata y destrucciones», de Residencia en la tierra, de Neruda, con el que abro esta entrada —que quizá tendrá continuación— sobre mi nuevo plan docente para el próximo cuatrimestre, que arrancó en esta otra del 13 de septiembre de 2018, dedicada a mi amigo Ignacio. No me esperaba que buscar y ordenar papeles para preparar las clases futuras iba a causarme tanta melancolía; a pesar de la gana con la que asumo volver a impartir dos asignaturas sobre Literatura Hispanoamericana. Hace más de treinta años yo escribía a mano mis apuntes y los pasaba a limpio en una máquina de escribir. Ahora, después de tanto tiempo, reconstruyo como puedo aquella ilusión y aquel benéfico extravío de un primer trabajo, y me encuentro con anotaciones de lecturas, desde Martín Fierro o José Martí, hasta Octavio Paz o los cuentos de Haroldo Conti, y amarillentos recortes de prensa de, por ejemplo, Jorge Luis Borges, en una tercera de ABC sobre «Leopoldo Lugones» (12 de octubre de 1985) o sobre «La prosa de Silvina Ocampo» en El País (3 de abril de 1986). Por aquellos años yo utilizaba unas fichas rayadas en las que anotaba ideas, esquemas o reflexiones que, asombrosamente, hoy me sirven. Quiero decir que es un gusto volver a los textos que me formaron como profesor. Después de mucho, no voy a cambiar de método. Leer textos en clase. En lugar de los de García Lorca, los de César Vallejo, por ejemplo. Si no es Javier Cercas, que sea Roberto Bolaño, que fue su amigo. Aquel primer curso en el que tuve que leer tanto, tenía clases de Hispanoamericana y de Literaturas Hispánicas los martes desde las nueve a las once, y luego por la tarde, de seis a siete, la literatura que se daba en la licenciatura de Geografía e Historia y jueves y viernes también, por la mañana (He encontrado mi horario de aquel tiempo, y puedo dar los números de las aulas: la 1, la 7 y la 18). Yo no me esperaba esto después de hurgar en las carpetas.
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