martes, noviembre 01, 2011

La hermana muerta

Una casualidad. He leído La hermana muerta, de Santiago Castelo, el Día de Todos los Santos, víspera del Día de Difuntos. No ha sido intencionado. Como tampoco lo es el diseño de las tapas de este libro. (Para el que no lo sepa, la colección Baños del Carmen de Ediciones Vitruvio es así de negra y luctuosa). El libro de Castelo me llegó ayer, con una cariñosa dedicatoria fechada el pasado mes de junio, el 8, el día de la presentación en la sede del Instituto Cervantes en Madrid. No pude estar en aquel acto; pero he podido verlo en la página de Cervantestv. Allí se dijo que este libro que nunca hubiese querido escribir el autor es el mejor de todos los que ha escrito. No sería yo capaz de decir algo así. En primer lugar, porque siempre me parece que una afirmación como esa, tan bienintencionada, puede conllevar menosprecio por lo que hubo. Y luego porque yo creo que nos conmueve poderosamente esta manera de convertir una experiencia radical en literatura; en buena literatura, no lo dudo. Y nuestra conmoción nos lleva a magnificar lo que ya es sobresaliente. Es el caso de esta obra, La hermana muerta, escrita para Lola Santiago (1952-2009), la escritora, la hermana. Pero es el caso también, porque su lectura me los ha traído aquí en donde leo, del maravilloso libro de Ángel Campos Pámpano La semilla en la nieve (2004), escrito a la pérdida de una madre, y de la espléndida elegía "Paisaje con pájaros amarillos" que fue sección del libro No amanece el cantor (1992) de José Ángel Valente, a la pérdida del hijo. Me resisto a creer que fue lo mejor que escribieron, aunque fuese lo más sentido. Hoy, precisamente, trae el periódico el recuerdo de unas palabras de la escritora Meghan O'Rourke sobre obras así, que son "una respuesta orgánica a una pérdida". La de Santiago Castelo, que se le escapa a Jordi Soler, el autor del artículo, supera con creces taxonomías de urgencia y circunstancias.

1 comentario:

  1. Es una experiencia muy dura pasar por la pérdida de todos tus familiares y quedarte tú solo aquí, sin querer también irte. En la lectura de 'La semilla en la nieve' sentí que el dolor de Ángel no estaba resuelto en su ánimo por más que desde la serenidad recrease la figura materna y sus raíces familiares (como ya había hecho acerca del padre y sabíamos que tenían una importancia tan grande en 'Siquiera este refugio'). En mis adentros pensé al saber de su muerte que se fue antes de tiempo, quien sabe, tras este ser querido tan decisivo y, sobre todo, elevado a clave. Ángel se plantea además una dicción nueva, desde su voz depurada, pero ahora con el tempo más alargado para lo reflexivo, donde hasta la puntuación se difumina y todo el libro pudiera ser un articulado poema. Castelo en 'La hermana muerta' presenta el diario del primer año de ausencia de la figura femenina familiar a él más cercana -y única tras la pérdida de su madre-, para conjurar un dolor desconsolado e inimaginable por todo lo que Lola con él participaba. Hay personas que pertenecen al interior de nuestra alma y su repentina pérdida nos priva inesperadamente de nuestra capacidad -al menos en la conmoción del periodo de duelo- de estar como antes en la vida. El poemario a Lola Santiago deja fluir el corazón para sanarlo -es una purga de un asfixiante sufriento- en una comunicación con ella ya sólo espiritualmente posible y devuelta a través de todos los espacios y personales objetos, tras su carencia así de impregnados de ella e impactantes. El primer y último poema son especialmente vibrantes y sinceros. En medio todo ese esfuerzo para seguir adelante y homenajear a este tan grande ser querido que hacía la vida más fácil, con suavidad, con sentido. Honor y paz para los corazones limpios. Es día a día y en la superación de este despojamiento del paso del tiempo como nos vamos yendo 'ligeros de equipaje', en una rendición amorosa con todos los recuerdos esenciales vividos. No más que "estos días azules y este sol de la infancia"... El final que nos devuelve a los orígenes en la memoria de los nuestros.

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