lunes, octubre 15, 2007

El Príncipe de la Alameda (II)


“Sus discos son buenos, pero no dan la auténtica medida de su calidad como cantaor”. Leo esto en el libro de Bohórquez, mientras escucho a Tomás Pavón. Lo dijo al autor de mi libro Eloísa Albéniz, cuñada de Pavón, cuando tenía 93 años.
Le pasa a estos divulgadores apasionados de lo que viven. Manuel Bohórquez dedica mucho espacio a generalidades sobre el flamenco y menos a Tomás Pavón, del que tiene los datos que tiene, los que dejó una figura casi secreta del flamenco. Interesantísima. Para contarnos que el palo preferido de Tomás es la soleá nos dice que se trata de una estrofa de tres o cuatro octosílabos, que se acompaña de guitarra “por arriba” o que es probable que provenga de los antiguos jaleos. Por eso digo lo que digo.
Por cierto, al poco de escribir aquí mi primer texto sobre Tomás Pavón, me llamó mi amigo el poeta José Antonio Zambrano, gran aficionado al flamenco y autor de unas maravillosas Soleares. A cantar las doce, publicadas en 2004 en la colección “Lunares” de De la Luna Libros. “De la mar el agua clara, / la memoria de la arena / y el silencio de las barcas. // Dejadme poner al sol / cada sorbo de la vida / y el rastro de mi pasión.” —¡Toma ya!
En la conversación sobre Pavón, el poeta Zambrano empezó a largar por esa boca anécdotas y cosas del flamenco que están en el libro de Bohórquez. Así es la sabiduría de los libros. De aquella conversación salió también la curiosidad sobre una palabra: esparpitaos. Ya tengo casi listo la item referido a ella. Próximamente. Mientras, disfruto con los fandanguillos, con las soleás, con un par de saetas, con el martinete y la debla...

2 comentarios:

  1. Estoy por decirte que te ocupes de la sección de flamenco... :P

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  2. Menos guasa, UnaExcusa. Llama a José Antonio, que sí que sabe. :P

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