jueves, octubre 18, 2007

La boca abierta


Intento pensar en cualquier cosa menos en la lengua; pero no puedo. Es inquietante pasarse más de una hora intentando pensar en todo menos en la lengua. Que se lo digan a Víctor García de la Concha, o al Diccionario, los de la lengua española. Como la mía, aunque yo no la reconozco como tal. Yo no era consciente del peligro que corría mi lengua hasta que él me advirtió. Así, estuve durante mucho rato intentando recordar un cuento de Cortázar en el que el personaje tiene que escribir sobre un concierto de jazz —creo— y no quiere hacerlo como crítico, sancionando comparativamente —dice, creo. Me parece que es en “El perseguidor”. Quizá sea porque él es argentino. No Cortázar, que también, sino mi dentista. Fue sólo por distraerme, por pensar en algo que no fuese la lengua. Mi dentista la definió como “curiosa”, porque se mueve hacia delante y corre el peligro de ser rebanada por la pulidora, si así se llama, que iba limando mis dientes hasta dejarlos notablemente mermados. Luego vendrán tiempos mejores, me dije —me dijo—, cuando sobre mis maltrechas piezas estén las espléndidas fundas de fina porcelana que ya tengo.
Me mantuvo con la boca abierta durante una hora, con un tubito colgado de la comisura derecha que aspiraba la saliva a un ritmo alarmante. Seguí pensando en mi lengua —española. No debía reírme; pero me detuve en lo de ‘española’, contagiado por el Presidente del Gobierno, de España. Pero hablar de España, inevitablemente, me llevó a pensar en la lengua, en mi lengua, tan española como mis brazos o mi nuca, así que volví a intentar volar con el pensamiento a través de la ventana que tenía enfrente, la que da a una calle por la que bajan siempre los coches de esta ciudad, y recordé cuando jugábamos de niños a adivinar la terminación de la matrícula del próximo coche que pasase. Así estuve un buen rato, hasta que pasó el peligro.

Dedicado a UnaExcusa, por los comentarios
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2 comentarios:

  1. Es lo que tiene la lengua que ahora se ve entre mi sonrisa: el extrañamiento, la alegría, la capacidad de mordérsela, de llagarse, de chasquear.

    Y las manos, que a veces tocan la lengua, u otras lenguas. Que son capaces de aplaudir, espontáneas.

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  2. No puedo evitar el miedo al dentista aunque trate de divagar, aunque trate de contemplar los efectos de la anestesia o me ponga a pensar en el contenido erótico de la palabra lengua en cualquier relato. En fin, lo suyo no deja de tener mérito por valentía.
    Saludos

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