Desde octubre, al comenzar el curso y hablar en clase sobre El señor de Bembibre de Gil y Carrasco, renuevo a cada poco la lectura de esa novela en los controles que hago a mis alumnos de quinto. Todavía queda, creo, algún rezagado que tiene que hablarme sobre ese texto espléndido. No importa. Yo también he dejado para ahora, para los primeros días de mayo, el conocer de primera mano los escenarios reales de ese espacio textual. No ha sido a propósito, y es que la novela empieza: "En una tarde de mayo de uno de los primeros años del siglo XIV, volvían de la feria de San Marcos de Cacabelos"[...]
Ha resultado una experiencia gratísima contemplar el lago de Carucedo, el castillo de Cornatel —aun con su grúa enorme por las obras de restauración—, el de los Templarios de Ponferrada —incluso con sus restricciones por obras—, las orillas del Sil, los "encendidos picachos de las Médulas" (cap. XXXI), y Villafranca del Bierzo, la patria de Enrique Gil, con su evocación y la de sus páginas. Y patria también de Juan Carlos Mestre, cuya Antífona del otoño en el Valle del Bierzo releo vuelto del viaje y escucho en la palabra de Juan Carlos y la música de Amancio Prada, de Pedro Sarmiento, de Rafael Domínguez, de Cuco Pérez y de Luis Delgado, ese artista.
En el próximo viaje por esas tierras me llevaré el disco para escucharlo en el coche y mi ejemplar iluminado de la edición de El señor de Bembibre en la colección Austral que hace un par de años publicaron Miguel Ángel Muñoz San Juan y Juan Carlos Mestre. Nos hemos prometido volver. Para levantar la vista, sosegados, en la Catedral de León y en el Panteón Real de San Isidoro. Y evocar también escenarios de novela.