
Qué satisfacción siempre hablar de un libro tan recomendable como éste. Lo recibí a principios de este mes, muy pocos días antes de que defenestrasen al remitente de la carta que acompañaba el envío del libro. Álvaro Valverde me lo hizo llegar “por indicación del autor”. Supongo que por indicación del traductor, Antonio Sáez Delgado, uno de los responsables de esta bendita manera de abrir las ventanas para que España se asome a la cultura portuguesa, para que nos conozcamos.
Portugal hoy. El miedo de existir es un libro fascinante para cualquier español interesado en Portugal. También lo es para un portugués, y la prueba está en que desde que se publicó allí —lo que no queda del todo claro en esta edición española—, en 2004, ha sido un éxito de ventas. ¿Un ensayo así un éxito de ventas? Pues sí, igual que los libros de poemas allí se venden por miles, y no por cientos o decenas, como aquí. Por eso también es una satisfacción que se edite en España por una editorial institucional como la ERE.
No decae el interés ni la hondura del pensamiento en ninguno de los once capítulos o estancias de esta reflexión sobre lo portugués que tiene un hilo conductor de concepto en el hecho de la no-inscripción de este país, y que es algo aplicable, ampliable a otros países, como España. Al menos, eso creo yo sin mucha conciencia patria. Pues, una vez leído el libro, puede uno abrirlo por algún sitio y encontrar en él razones para hablar sobre el sentido de lo que hace, siente o piensa un portugués hoy; pero también sobre el sentido de lo que hacemos, de lo que sentimos y de lo que pensamos. Así.
La ausencia de la intensidad de la admiración en Portugal. Vamos, que en Portugal nadie exagera a la hora de admirar; y si lo hace, resulta sospechoso. No sé. La pervivencia del miedo en Portugal, o lo que es lo mismo, las dificultades de superar el salazarismo o la verdadera trascendencia del 25 de abril. No sé. Esa idea de la no-inscripción en la que yo veo algo relacionable con lo de la memoria histórica a la española. No sé. O esto de que los portugueses son particularmente sensibles a la ausencia, “lo que les hace estar constantemente ansiosos por la plenitud”, que es una de las más agudas diagnosis del libro, porque resume muchas en una, concluye, cierra.
Al placer de la lectura por el contenido expresado, sumo el gusto por ciertas complicidades ideológicas, como la que se deriva de compartir el disgusto por una mundialización que conlleva “azotes planetarios” como el desempleo o el sida, y no el igualitarismo en los beneficios; o como la de fundir en la genialidad a Fernando Pessoa y Herberto Helder.
Una lectura recomendable, con satisfacción.