
Le conocí en Madrid en el acto de defensa de la tesis de Fernando T. Pérez, en marzo de 1999, y fue un encuentro gratísimo, no sólo por la compañía del propio Fernando, de Gil Novales, de Diego Núñez o de José Luis Mora, también por la charla sobre Extremadura y por mi descubrimiento de que era hermano de Pablo Jiménez, el poeta moralo, a quien todavía no conozco personalmente, pero al que, gracias a él mismo, he leído (La luz bajo el celemín, Descripción de un paisaje, Destiempos y moradas, La voz de la ceniza). Antonio Jiménez fue presidente de la Asociación de Hispanismo Filosófico —vicepresidente a su fallecimiento— y, en palabras de José Luis Abellán, “un profesor universitario en el pleno sentido de la palabra y bibliófilo apasionado.” Siento su repentina muerte.
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