Ha resultado tan placentero el encuentro con este libro (Francisco Rico, Petrarca. Poeta, pensador, personaje. Barcelona, Arpa Editores, 2024) que lo celebro como una novedad, aunque no lo sea tanto. En primer lugar, a estas alturas, no sería esperable un Petrarca renovado o distinto del gran especialista en el aretino que es Francisco Rico; y, por otro lado, no es tanta novedad la republicación de varios trabajos del profesor ya difundidos en diferentes lugares. Sin embargo, lo mire por donde lo mire, me ha parecido tan fresco y sugerente que, después de Vida u obra de Petrarca (1974) y de sus otros muchos trabajos sobre el escritor, es este un libro capital en la trayectoria de Francisco Rico. Algo de guiño hay en el diseño tipográfico que la editorial Arpa le ha dado a la cubierta, en la que autor y título principal, como ocurre en otros libros de la casa, se imprimen en el mismo cuerpo, en colores distintos, y no se invierten —título y autor, como en Meditaciones de Marco Aurelio o La España de las piscinas, de Jorge Dioni López—; de manera que, dado el cuerpo muy menor del subtítulo (Poeta, pensador, personaje), «Francisco Rico Petrarca» conforma la entidad de un nombre y dos apellidos como lema distintivo del experto petrarcólogo al que siempre le resultó muy antipático como persona el objeto de su estudio. Y que se me disculpe la simpleza. Recoge esta obra, sí, trabajos ya publicados, pero algunos, aparecidos en Italia, no lo habían sido en castellano; y han sido reunidos aquí, con buen criterio, alterando el orden cronológico —el más antiguo es de 1978 y el más reciente de 2020, aunque dicho en un congreso en Alemania en 2017—, con lo que el contenido que se ofrece es muy coherente: I. «Poeta, pensador, personaje», como compendio biográfico —publicado, con la colaboración de Luca Marcozzi en I venerdì del Petrarca (2016); II. «Petrarca en el escenario», el capítulo más breve —que fue la contribución de Rico al homenaje de la Universidad de Granada al profesor Juan Carlos Rodríguez—, sobre el estratégico cultivo de una imagen atractiva como escritor para sostener su propuesta ética y estética, sintiéndose «como un actor en el centro del escenario» (pág. 96); el análisis de la evolución paradigmática del humanismo filológico a la filosofía cristiana de un yo que se quiere trascendente en la parte III, «De la filología a la filosofía»; y IV. «Posteridad» como breve cierre en torno a la fortuna póstuma del Petrarca latino, un Petrarca despedazado en trozos de sentencias o adagios, en atribuciones engañosas o ejemplos aislados transmitidos en misceláneas muy difundidas. Merece la pena recorrer tan sintéticamente, y en este nuevo orden, dedicación tan dilatada —véanse las más de mil páginas de Otia cum Petrarca que arrancan con un primer artículo de 1963-1964—; leer este espléndido libro que no llega a las doscientas páginas y hacerse la ilusión de abarcar un poco una cumbre tan imponente como la del autor del Canzoniere. Y, de paso, revalidar así el aprecio intelectual por el sabio profesor Francisco Rico Petrarca; Manrique, digo.
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