Gusta encontrar en la prensa general el nombre de una escritora «olvidada» de nuestro Siglo de Oro voceado como noticia. Lo fue el de Ana Caro de Mallén (1601-1646) cuando se anunció en abril el estreno de Valor, agravio y mujer en el Teatro de la Comedia de Madrid, por la Compañía Nacional de Teatro Clásico. En el ámbito más especializado de los estudios sobre el teatro áureo, Ana Caro es una figura conocida y son abundantes los trabajos en los que se ha analizado su producción, sobre todo en el siglo XX. De 1903 son los Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde el año 1401 al 1833 (1903), de Manuel Serrano y Sanz, en donde se editó esta comedia, que luego conoció otras ediciones en la década de los noventa y, más recientemente, la publicada por el Instituto Cervantes en 2020 de Ana M. Rodríguez Rodríguez, que no he visto citada en la más reciente de Juana Escabias, editora del Teatro completo este mismo año de 2023 en la colección Letras Hispánicas de Ediciones Cátedra. Es esta investigadora y directora teatral, y también dramaturga —en esa misma colección ha publicado tres piezas: Cartas de amor… después de una paliza, La puta de las mil noches y WhatsApp, en edición de Francisco Gutiérrez Carbajo—, Juana Escabias, quien ha realizado la versión de la obra que vimos el sábado 20 en Madrid bajo la dirección de Beatriz Argüello. A la salida del teatro vendían —a tres euros— el texto de la comedia, que coincide en sus 2.757 versos con los editados por Cátedra, y que, si no estoy equivocado, fueron todos, sin mengua, los que se dijeron en escena durante los 110 minutos que duró la representación. Doña Leonor de Ribera, bajo la identidad de don Leonardo, llega a Flandes, para vengarse de su antiguo amante don Juan de Córdoba, que la abandonó en España. Allí seduce a doña Estela, la prometida de don Juan, y reta a este a batirse a espadas. El juego de las simulaciones conduce al triunfo del amor y la reparación de los agravios, después de una acción dramática entretenida y una variedad métrica —romances, redondillas, octavas, décimas, alguna silva…— que la hace agradable. La Compañía Nacional ofrece un montaje muy atractivo a partir de dos tramos de escaleras que se desplazan y demarcan el espacio escénico para representar diferentes elementos, desde una galería a un balcón, y que delimitan un movimiento muy bien orquestado de los personajes, que tiene su más vistoso apogeo en las escenas de esgrima, con una demostración de destreza y físico por parte de unos actores adiestrados por un experto como Jesús Esperanza. En esto se desenvuelven bien la actriz principal Julia Piera (Leonor/Leonardo), Pablo Gómez-Pando (don Juan) e Ignacio Jiménez (Ludovico). Pero es el buen hacer de Julia Piera el que sostiene buena parte de la notable ejecución general, pues a lo físico hay que añadir el decir de un verso que debe combinar el registro femenino con el masculino. Me fijé en que don Juan dice «’Más merece quien más ama’ / dijo un ingenio divino» (vv. 1233-1234, II), que en la edición no se anota como comedia de Hurtado de Mendoza. Y que Leonor dice luego «disteis al deseo alcance» y me acordé de la copla a lo divino de San Juan de la Cruz. Me fijé también en las miradas de mujer sobre un clásico de mujer con ropajes de hombre, y en detalles como las pecheras rojas del vestuario de ellos como gallos peleones por sus damas, un ejemplo entre muchos del cuidado puesto en todos los elementos sígnicos del montaje, como la solución del retrato de Leonor en la tercera jornada con su reflejo sobre el metal de un trozo de armadura. Todo confluye finalmente en una propuesta muy sólida que sabe sacar partido a un texto —para Escabias, inspirado en el Don Gil de las calzas verdes de Tirso— que debe tenerse en cuenta para ensanchar nuestro repertorio clásico, y para el solaz de un público como el de la otra noche, que salió muy satisfecho del local de la calle del Príncipe.
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