Semanas atrás aludí a la publicación y a la presentación de este singular libro de Noelia López-Souto, Prodigios infantiles de la Ilustración española. La niñez laureada, de José Iglesias de la Casa (Salamanca, Editorial Delirio. Col. La Bolgia, 17, 2022), que merece un comentario más extenso. Entre otros motivos, lo justifica un tipo, Juan Bautista Mariano Picornell y Gomila (1759-1825), que escribió a Floridablanca y se atrevió a decirle que «El cariño paternal me ha determinado a exponerlo a una prueba demasiado dura para una edad tan corta» (pág. 121). A pesar de la supuesta base sensista y empírica de un método pedagógico, cuesta creerlo en el Siglo de las Luces; y eso que parece que, por aquellos mismos años, el padre de Carl Maria von Weber quería hacer de su hijo un niño prodigio como lo fue Mozart. Algo razonable comparado con lo que encontramos en este libro: un padre excesivo, un majareta ilustrado que sometió a su hijo expósito, Juan Picornell y Obispo (1781-1817), de tres años y medio, a un examen público celebrado en abril de 1785 en la Universidad de Salamanca, y en el que el «pimpollo ilustre» tuvo que responder a centenares de preguntas sobre los dogmas, misterios y elementos de la Religión y Moral Cristiana, los sucesos más destacados del Viejo Testamento, las partes del Globo Terráqueo, la situación, confines, latitud y longitud de Europa y sus diferentes géneros de gobiernos…, sobre los principales montes y ríos, «señalando el nacimiento y desagüe de estos, como asimismo de las producciones de su fertilísimo suelo» y, últimamente, «sobre el Mapa de la Europa las cosas más notables, que contiene, haciendo ver, que está instruido aun de las más menudas» (págs. 123-125). Mientras leía las páginas de la excelente introducción de Noelia López Souto, me acordé del enternecedor encuentro en Niebla de Unamuno entre don Avito Carrascal —el padre de su anterior novela Amor y pedagogía— y Augusto Pérez a la salida de la iglesia; y en el que este preguntó por el «candidato a genio», y don Avito respondió llamando a su hijo malogrado «mi víctima». El niño prodigio dieciochesco fue ensalzado en un cuestionable poema en estancias del salmantino Iglesias de la Casa (La niñez laureada), cuyo valor más histórico y circunstancial que literario no es discutible en el conjunto de la lírica del Setecientos. Noelia López Souto no ha hecho otra cosa —y con calidad— que dignificar las extravagancias que a veces tiene la historia, que superar la anécdota y hacer un estudio muy estimable sobre un hecho insólito, bien contextualizado en el interés por la educación de la infancia en la época ilustrada. Nos brinda la investigadora documentados capítulos biográficos sobre los protagonistas, tanto del niño prodigio como de su padre —que acaban mal, en ese orden— y del poeta Iglesias de la Casa —al que López Souto ha dedicado un reciente trabajo sobre «Epicureísmo y erotismo en la obra del poeta José Iglesias de la Casa: nuevas aportaciones y lecturas», publicado en el Boletín de la Real Academia Española el pasado año—, cuyo renombre literario hay que relativizar por la poca obra que publicó en vida. Noelia nos introduce su poema muy acertadamente, que edita en una edición completísima, que conjunta el estudio y la aportación documental de los anexos sobre el referido hecho acaecido en la Universidad de Salamanca y que, entre otros, testificó el poeta Juan Meléndez Valdés. Siempre es atractivo y original el tratamiento que Delirio da a sus libros, y hay que celebrar que su catálogo haya dado cabida a un texto tan especial de un siglo poético tan necesitado de un conocimiento cabal. Que un ilustre estudioso del siglo y del contexto salmantino como Fernando R. de la Flor escriba —dedicado a sus nietos— el «Envío» que abre esta edición es todo un gesto que agrada.
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