Decía Mairena a sus alumnos, citando a su maestro, que cuando algo está mal, debemos esforzarnos por imaginar en su lugar lo que esté bien, y que, si por azar, lo encontramos, que intentemos pensar en algo que esté mejor: «Y partir siempre de lo imaginado, de lo supuesto, de lo apócrifo; nunca de lo real». A veces, lo más real es lo imaginado, aquello que parece eludir la cruda inclemencia con las palabras de un poema, de una novela. No sé, quizá con lo que sostiene la tarea de un profesor de literatura en sus clases. Mucha materia literaria diaria. Lástima que el otro día no supiese decir lo que pretendía. No salió bien mi intención de expresar cómo una palabra, por voluntad del autor, busca su acomodo junto a otra y la contagia de un brillo especial. «—¿Os dais cuenta? —hablaba en el aula— ¿Cómo roza en ese poema el adjetivo pospuesto a la pausa versal? ¿Cómo modifica a su antecedente tan suspendido por eso?». Podría poner ejemplos varios, porque nos ocurre cada día. Son muchos casos. Esa mañana quizá fuese por un poema de César Vallejo o de Meléndez Valdés, que fueron dos autores que nos ocuparon en clases distintas. Afuera están ocurriendo muchos desastres que solo nos llegan por la prensa mientras estamos plácidamente sentados en una terraza de una ciudad tranquila como esta. O en clase. Cuando creemos que todo está bien; y resulta que no, que lo que provocamos es rechazo y disgusto. Chafar existe y no siempre es transitivo. Hoy, Día Mundial de la Poesía y del Síndrome de Down , hemos terminado la mañana con versos que son del programa de la asignatura —vaya privilegio. No ha habido nada forzado; e Idea Vilariño e Ida Vitale han llenado la clase con el «hueso a la intemperie» —que dijo Juan Gelman— de una, y los accidentes nocturnos de la otra; las que formaron parte de aquel grupo o generación del 45 en Uruguay cuando recibieron la visita de Zenobia y Juan Ramón, en la fotografía. Libros, versos, que valen lo que no está escrito. Hay que celebrarlo.
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