No es corriente encontrarse en la prensa diaria referencias a algún texto o estudio que tenga tanta relación con lo que uno está; sobre todo, si se trata de algo de hace más de doscientos años. Yo, cuando ocurre, siempre lo celebro; pues se multiplica la difusión de una obra, constreñida por su naturaleza a un ámbito reducido, solo por ser citada por alguien que tiene muchos lectores o que escribe en un medio muy difundido. Ha sido el caso de una columna de opinión de uno de los escritores colaboradores del periódico que leo en papel todos los días, Félix de Azúa: «Los orígenes» es el título, y se publicó este martes en El País. Evocaba Azúa los convulsos años del Cádiz de las Cortes en los que cuajaron dos Españas que desgraciadamente han pervivido muchos años helándonos los corazones. Intuyo que el asunto de su texto está motivado por su conocimiento sobrevenido de varias novedades editoriales que tratan esa época: la antología, que no es ninguna novedad, Andalucía: cinco miradas críticas y una divagación (Fundación José Manuel Lara, 2003), con textos de Clarín, Azorín, Eugenio Noel, Ortega y Gasset, Luis Cernuda y Juan Gil-Albert, redifundidos así hace años en edición de Alberto González Troyano; la edición del Diccionario razonado, manual para inteligencia de ciertos escritores que por equivocación han nacido en España…, de quizá Justo Pastor Pérez Santesteban que ha preparado (Renacimiento, 2021) la profesora de la Universidad de Cádiz Marieta Cantos Casenave; y la edición del Diccionario crítico-burlesco del que se titula Diccionario razonado… (Ediciones Trea, 2022), de Bartolomé José Gallardo, al cuidado de Alberto Romero Ferrer y Daniel Muñoz Sempere, también profesores de la Universidad de Cádiz. Todavía no tengo —me está llegando— la muy esperada edición del Diccionario del extremeño Gallardo; pero sí tuve durante muchas semanas en mi escritorio la del Diccionario razonado del antipático —si fue solo uno— Justo Pastor Pérez Santesteban al que respondió Gallardo con su brillantez crítica y burlesca. La leí y escribí una reseña que se publicará en el volumen de este año de los Cuadernos Dieciochistas de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII. Por todo, me alegro de que un periódico de tanta difusión como El País publique noticias u opiniones sobre textos que nos ocupan y entretienen a aquellos que nos dedicamos a difundir la historia literaria y política de épocas tan estimulantes para el estudio. En el Diccionario razonado y tan irracional de Justo Pastor Pérez, una de las palabras más citada es «filósofo», como sinónimo de barbón, de pisaverde, de cómico o farsante, de charlatán, de enemigo de las verdaderas luces, de aquel hombre que nunca pudo llegar «a estudiar las facultades mayores» (sic). De liberal se dice que es «todo lo que se dirige a quitar las trabas a los hombres». De la Razón que es un brindis «filosófico de un espíritu fuerte de opio que embriaga y adormece a unos y enfurece a otros». Gallardo respondió —sin saber a quién— a un retrógrado como Pérez Santesteban que decía que la Inquisición era un tribunal que debería conservarse para preservar el orden y los buenos principios. Al llegar al final de la columna de Azúa me acordé de esos azulejos que uno puede ver en algunos bares de este maravilloso país: «Hoy hace un día estupendo. Verás como entra alguien y nos lo jode». Yo estaba entusiasmado con que el autor de Cepo para nutria —siempre me gustó este título— y tanta obra más —aquel Diario de un hombre humillado, o su Diccionario de las artes— aludiese a unos libros tan cercanos y de autores que conozco; y leí con mucho interés que Azúa reiterase una verdad como que el tremendo final de los ilustrados, los afrancesados y los liberales «retrasó la modernización del país por lo menos un siglo». A eso llegaba uno cuando leyó las referencias a las obras ya conocidas que tanto celebro que sean citadas en un medio de tanta difusión; pero, sorprendentemente, Azúa concluía su texto comparando aquellos enfrentamientos entre liberales y absolutistas en las Cortes de Cádiz, en el contexto de la publicación de aquellas obras que fomentaban el odio como el Diccionario razonado, con la situación actual, como si no hubiese diferencias, pues decía: «Habría que ver dónde y bajo qué siglas caen hoy unos y otros. No es obvio». ¿Que no es obvio? Por favor… Que alguien no tenga certeza sobre esto es de un preocupante daltonismo intelectual y es una desgracia que inquieta.
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