En ocasiones los libros aparecen como esa persona en la que estabas pensando y que encuentras en la calle, de camino a un recado que pospones para tomar un café, y que te altera dichosamente buena parte del día. Con los libros pasa. Basta que estés buscando unas palabras para un texto o unas flores para regalar y que estén en las páginas que han caído en tus manos. Apuntas las palabras y las flores; te abandonas a la lectura y dejas para más tarde lo que habías dispuesto al comenzar el día: escribir unas palabras y enviar unas flores. Me ha ocurrido hace nada, cuando culminaba aquello sobre esas novelas en que, por capricho o por fervor, la ciudad de Cáceres ha sido escenario de ficción. Recibí este libro de Carlos Romero Rey, Capital de provincia (Bilbao, Caniche Editorial, 2021), porque el año pasado fue beneficiario de una de las ayudas a la edición convocadas por la Consejería de Cultura, Turismo y Deportes de la Junta de Extremadura. De pronto, después de unas semanas dedicado a rematar un trabajo que recompone muchas notas tomadas durante unos cuantos años, aparece algo que alude al mismo objeto que me ha ocupado en ese tiempo. Y no es una novela. Es un libro bien editado y bien escrito que, además, tiene una pulsión narrativa muy interesante, estimulada por ser cacereño el autor, y que no puede estar junto a los textos literarios que he recabado —una treintena—; pero que debe figurar en una modesta contribución sobre la ciudad como escenario literario. Carlos Romero Rey (Cáceres, 1973) propone un ensayo no académico y sí muy personal y sentimental, sin alejarse del rigor y el conocimiento del urbanismo, sobre la ciudad de Cáceres y su entorno, su situación periférica y su rango de capital de provincia. Me ganó al leer en las páginas de introducción a los veintiún capítulos del libro que es un «análisis que no puedo desligar de mi propia subjetividad ni de un lugar preciso, Cáceres, la ciudad donde nací, en la que he vivido una parte importante de mi vida y a la que vuelvo de manera recurrente. Cáceres, como pequeña capital de provincia, como ciudad periférica de una región también periférica, me parece un laboratorio perfecto para ilustrar situaciones y lanzar preguntas que puedan tener un alcance global y que puedan generar una identificación con otros muchos contextos» (pág. 11). Me ganó también al rematar ese prefacio con esto: «Ser de provincias ha dejado de ser una desventaja para convertirse un puesto de observación y reflexión inmejorable sobre el mundo» (pág. 15). Carlos Romero Rey, doctor en Derecho y magistrado, ilustra situaciones y hace preguntas y propuestas a lo largo de las casi ciento cincuenta páginas que llevan insertadas con mucha pertinencia una treintena de fotografías en blanco y negro de los lugares del pasado y del presente que son revividos en ellas. Son muchos: La Madrila —en la que creció el autor—, el Parque del Príncipe, la plaza de Caldereros y el Palacio de la Generala cuando estuvo allí la Facultad de Derecho en la que estudió, el Hospital Provincial, el Cine Astoria, el antiguo Hotel Extremadura… Los recorre Carlos Romero para pensar y hacernos pensar en asuntos tan globales como lograr que nuestras ciudades sean más habitables; pero sus planteamientos tan de sentido común se los trae aquí, a los elementos patrimoniales que desaparecieron como el Cine Astoria o el sanatorio San José, o los que han llegado sin demoler nada como el Hotel Atrio o el Museo Helga de Alvear; a la recomposición urbanística del cerramiento o acristalamiento de muchas viviendas —en el capítulo «Carcel de oro»—; o a las posibilidades que pueda tener una mole tan céntrica como el Hospital Provincial. «La cantera» es un capítulo crítico, que merece leerse; que deberían leer los responsables de la planificación urbanística de la ciudad, que ya no tiene remedio, en decisiones —cuestionadas por Romero Rey— como la de despoblar el centro de la ciudad de sus estudiantes, cuya única vida común intercentros es un autobús atestado («Estar fuera, pero dentro» se titula ese capítulo). He disfrutado con la lectura de este libro que me ha sacado de lo que hago y me ha devuelto a lo que hacía. Ya todo se recompone con esta intención escrita de reutilizar, reciclar, rehabilitar, reinventar, como dice el autor de Ciudad de provincia, un espacio para hacerlo más vivible de lo que es.
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