No es La Coruña más turística —que ya conocía en buena parte— y sí una ciudad recorrida de distinto modo por visitar librerías de ocasión y de vello, recomendadas por gente joven del lugar. Ir desde el número 97 hasta el 284 de la Ronda de Outeiro son unos treinta minutos a pie por una calle ancha y vibrante, poco vistosa y muy populosa, para llegar a un negocio singular, «El baúl de los recuerdos», en el que uno puede encontrar discos, revistas, cómics, muñecos de todo tipo —calabazas rupertas o superhéroes de plástico…—, llaveros, cromos, postales, etc., o, entre centenares de libros, un ejemplar impecable y mucho mejor del que ya tengo de Bartolomé José Gallardo y la crítica de su tiempo (Fundación Universitaria Española, 1986), de Pedro Sáinz Rodríguez, la primera edición española (1975) en Seix Barral de La arboleda perdida (1959) de Alberti, o el alarde del profesor Cedomil Goic de escribir en menos de cien páginas una Brevísima relación de la historia de la novela hispanoamericana desde el siglo XVI (el Claribalte de Gonzalo Fernández de Oviedo) hasta El jardín devastado (2008) de Jorge Volpi. Tras pagar once euros por todo, había que volver por la misma ronda hacia la otra punta también a pie según la previsión de ejercicio físico del día. Si comí en «La sartén» de Plaza de España fue por pasarme por la Rua San Roque para ver lo que había en «Fiandon Libros de Vello», porque una agradable Cristina, una de las propietarias de la librería «Berbiriana» —libros e grolos—, me la había recomendado, y porque no abrían hasta las cinco. De «Berbiriana», que está en la zona de la Marina, frente al restaurante «A Espiga» —muy recomendable—, me llevé los primeros artículos y entrevistas en El Adelanto de José-Miguel Ullán, Vivir a manos llenas. Periodismo de juventud (Libros de la Ballena, 2022), con prólogo de Juan Cruz y un apéndice de su paisano y compañero de estudios Antonio Grande Benito. Es interesante conocer a ese Ullán de entre dieciocho y veintidós años escribiendo sobre la poesía de García Nieto, entrevistando a Gerardo Diego o a Buero Vallejo, haciendo la crónica de una noche de circo callejero o apelando a sus lectores de 1964 contra la pena de muerte. De «Fiandon», un sitio peculiar con rincones para estar sin comprar y solo leer u hojear, me traje algunos vetustos contemporáneos, como la premiada novela de Haroldo Conti En vida (Barral Editores, 1971), entre otras valiosas menudencias pagadas todas con un billete de veinte euros con vuelta jugosa. Al caer la tarde, y en buena compañía, pude contemplar desde el otro lado, desde el castillo de Santa Cruz, la línea de una ciudad que por la mañana había recorrido con las mismas ganas del turista y sin apariencia de serlo. Once kilómetros. Desde Rua San Roque volví en taxi, pues ya había caminado bastante, según el listo de mi teléfono, que me recordó que el miércoles hice menos pasos, cuando él ni siquiera sabía que no lo llevaba encima durante un grato paseo por la playa de Riazor. Qué ciudad.
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