Vuelvo sobre esta colección de poesía que sigue saliendo de los talleres de Gráficas Almeida de la calle Alondra de Madrid y a la que estoy suscrito. Dos nuevos títulos, de Santiago Miralles, Lázaro, y de Alfonso Lucini, Nunca se sabe, son la quinta y la sexta entregas de esta serie que invita a mirar a los primeros pasos poéticos, o a un pasado más o menos lejano, a sus autores, y a su única autora, María Antonia Ortega, que, con La hebra larga. La luz es una ciega desnuda, nos dio la segunda entrega. Luis Bodelón (4), Lorenzo Martín del Burgo (3) e Ignacio Gómez de Liaño (1) completan la nómina. Precisamente este, Gómez de Liaño, es quien escribe unas páginas de presentación («Alfonso Lucini y el correr medido de las palabras») de Nunca se sabe, los sonetos «escritos a lo largo de los años y de los sitios donde el autor ha vivido (Pekín, Damasco, Nicosia, Canberra, Bruselas, Roma, Atenas, Jerusalén)», dice la nota de la cuarta de cubierta. El número de textos —sesenta y dos— del poeta diplomático, el extenso tramo temporal que recorren y la variedad de sus registros y asuntos se avienen bien al carácter rememorativo de la colección dirigida por José del Río Mons. Todavía más Lázaro, del también diplomático Santiago Miralles, más novelista que poeta, que nos confiesa que lo primero que escribió en su vida «con ínfulas literarias fue poesía», pues reúne bajo ese título poemas resucitados muy antiguos y que resisten sobradamente una lectura actual.
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