No sé si llamarlo afinidad o se trata, simplemente, de mera conterraneidad por la que se comparten circunstancias, sucesos, espacios por los que se llega a coincidir con las mismas personas. La última vez que pasé en Zafra más de dos noches —hace ya tres meses— tuve el placer de conversar, aunque no durante el tiempo deseado, con varios escritores, entre los que se encontraban Birilo y Agustín Iglesias. También en otra ocasión pude conocer —en pantalla— a Ana Lluch, una escritora alicantina vinculada desde hace años al Premio de Microrrelatos Manuel J. Peláez y más a la última edición que ganó con su texto «Memoricidio», y que leyó en un acto con aforo limitado en la capilla del Parador de Turismo de Zafra. Como en otras ocasiones en que vuelvo por ahí —esta vez de paso desde Córdoba en regreso a casa—, mi hermano JM me provee de nuevas lecturas o me pone en el interés de otras. El viernes me hice en la librería Atenea con un ensayo de Benito Estrella, Rescate primoroso de lo vulgar. Lectura de unos textos de Azorín (Madrid, Fundación Emmanuel Mounier, 2020), que es un lúcido y sereno relato de la lectura de un clásico moderno como Azorín, que se toma como principal excusa de una reflexión sobre el mundo y sus valores de deseable —pero frágil— perdurabilidad, y para la que también se usan, se leen, textos de Unamuno, de Machado, de Claudio Rodríguez, de Hermann Hesse, de Michel Henry, de Heidegger, más un largo etcétera. Y antier también JM me regaló el último número —el número 01— de Maldita Cultura. Magazine, la revista de la asociación que sostienen María Pachón y Bernardo Cruz. En portada, Birilo, a quien entrevistan, como a Agustín Iglesias, y a Ana Lluch, igual que a Pablo Guerrero, que es otro de esos nombres contenidos en otra entrega recién recibida y leída de una revista que ofrece tanto tan cercano. No son muchas las veces en las que uno se siente tan concernido en la lectura de una revista de actualidad —si entendemos por esto lo importante—, tan bien por algo tan bien hecho en tu entorno, como una manera de manifestar lo que se hace en la periferia, lejos de los mal llamados centros de poder, y con criterios de calidad que pueden competir con aquellos que copan la notoriedad, aunque no la excelencia. Para colmo de afinidades, María Pachón escribe sobre el hijo de Juan Rulfo, Juan Carlos, y su documental Del olvido al no me acuerdo (1999). Insisto, es muy agradable sentir tantas afinidades por la simple lectura de unas páginas compartidas con el convencimiento de que merecen la pena. Gracias.
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