lunes, enero 17, 2022

Bernarda Alba

A veces, antes de acudir al teatro a ver según qué clásicos, releo el texto como una aproximación a lo que va a ser puesto en escena y para tener más fresco lo que las actrices —en este caso— van a decir. Porque el sábado pasado fue La casa de Bernarda Alba, el montaje de la Compañía Miguel Narros (Producciones Faraute-Celestino Aranda), dirigido por José Carlos Plaza, lo que se representó en el Gran Teatro de Cáceres, interpretado todo por ocho mujeres: Bernarda (Consuelo Trujillo); sus cinco hijas, Angustias (Ana Fernández), de treinta y nueve años, Magdalena (Ruth Gabriel), de treinta, Amelia (Montse Peidro), de veintisiete, Martirio (Zaira Montes), de veinticuatro, y Adela (Marina Salas), la más joven de todas, de veinte años; su octogenaria madre María Josefa (Mona Martínez), y la criada Poncia (Rosario Pardo), sesenta años. Allí, sentado en la última butaca de los pares de la fila 9, vi en platea de patio a MJ, una amiga que reside en esta ciudad y que fue compañera de clase cuando estudiábamos Bachillerato en el Instituto «Suárez de Figueroa» de Zafra. Nos saludamos desde nuestras localidades mientras el patio iba llenándose, y bajo la mascarilla seguro que ella no pudo apreciar mi sonrisa cómplice por lo que me había ocurrido en casa cuando consulté el texto de Lorca para comprobar cuántos personajes o figurantes más intervienen en la tragedia; es decir, Prudencia, una Mendiga, otra Criada, cuatro Mujeres, una Muchacha y las doscientas (sic) Mujeres de luto de la acotación previa a la entrada de Bernarda con sus hijas tras el entierro del marido, con esa primera palabra («¡Silencio!») que será la última que pronuncie al final haciendo caer el telón. Tenía otros recursos y otras ediciones para acceder al drama lorquiano; pero tiré del volumen 48 de la colección Letras Hispánicas de Ediciones Cátedra —en edición de Allen Josephs y Juan Caballero— en el que lo leí por primera vez en febrero de 1978, con dieciséis años, cuando estaba en tercero de Bachillerato en la misma clase que MJ. De ahí la satisfacción cómplice al verla en platea. Gustó mucho el montaje, sobre todo, por la interpretación de las actrices, en donde casi todas destacan a pesar de las diferencias de sus papeles; lo que se logra por la capacidad de todas ellas, desde la imponente Bernarda hasta la más cómica Poncia, sobre la que mi vecina de la fila 8, con un desprecio absoluto por la obra ya empezada, comenzó a indagar a través de un teléfono impunemente iluminado y que evité con mi programa de mano como escudo. En fin… Creo que la interpretación es el sostén principal de este espectáculo, sobrio en la escenografía de Paco Leal, intencionadamente neutra —más aquí, pues no se vieron los frescos con ninfas de una de las paredes en las primeras representaciones—, funcional para facilitar las entradas y salidas y los lugares desde los que unas observan a las otras. Poco puedo añadir sobre la sabiduría teatral de un José Carlos Plaza que ha buscado las soluciones más viables para presentar nuevamente al público una Bernarda Alba, y quizá entre ellas cierta estilización del sabor lorquiano popular y rural, como algunos interpretaron las palabras del poeta cuando dijo que los tres actos de su obra tenían «la intención de un documental fotográfico» sobre un suceso andaluz. Trasciende eso este montaje y acentúa lo que el drama tiene de expresión del conflicto entre la autoridad férrea y la libertad, bien la de la enajenada María Josefa que proclama los blancos cabellos y la blanca espuma frente a los mantos de luto, o bien la de la joven y arrebatada Adela que rompe la vara de la dominadora. Locura y amor como las formas del desvío del poder ominoso. Con textos tan conocidos, que uno puede revisitar horas antes de acudir al teatro, sentarse en el patio de butacas es entregarse a la lectura pública que un extraordinario plantel de actrices te hace como un regalo, a manera de recordatorio de la grandeza de un texto dramático, que suena distinto leído por otras. Sonó distinto y sonó bien la otra noche, con mejor dicción y más movimiento y plasticidad que en la lectura solitaria.

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