Del mismo modo que la publicación de un artículo en una revista especializada en el ámbito universitario no busca prioritariamente captar lectores para el autor del que se ocupa, tampoco creo que una revista de sesgo más divulgativo pretenda ni consiga eso. Tanto en el primer caso —títulos como Bulletin Hispanique o Les Langues Néo-latines—, como en el de las revistas culturales —sean, entre otras, Claves de razón práctica o Quimera— que tienen más difusión que las publicaciones del campo académico, no me parece que haya casi ningún lector que descubra, por ejemplo, la obra narrativa de Juan Marsé —autor sobre el que se han publicado trabajos en las cuatro revistas citadas—, gracias a que este mes Quimera le dedique el especial de su número 456. Habrá —los hay— otros medios para provocar el interés por algunos nombres y algunos títulos; pero quizá no sean los que frecuentamos los iniciados que conocemos gran parte de lo que se nos habla. Esto me lo ha sugerido la lectura de este número de diciembre dedicado a Juan Marsé, que incluye como siempre otros contenidos nutrientes, como los poemas inéditos de Antonio Méndez Rubio. Abre lo de Marsé José Antonio Vila, que figura como coordinador de esas páginas, con trabajos con datos consabidos sobre el estilo, el ambiente o la intención de la narrativa marseana; como el de Ana Rodríguez Fischer, que marca relaciones entre las novelas de Marsé y obras posteriores de Francisco Casavella, Félix de Azúa, David Castillo o Teresa Cepeda, todas del siglo XXI. «Rumbo a Marsé», de Marcos Maurel, y «Recordando a Montse», sobre La oscura historia de la prima Montse, de Maria-José Forcén Llorens, cierran el especial en el que para mí destaca el texto de Josep Maria Cuenca —«Un ayer ondulante, un mañana incierto»—, que es un ensayo de aproximación y divulgación contundente y que, por sus afirmaciones, se diría que anula a casi todos los textos que en ese mismo especial se publican, ya que aniquila todos los tópicos sobre el gran escritor que fue, que sigue siendo, Juan Marsé. Alguien que «vivió siempre de espaldas a la teoría y a la academia en favor de la claridad y la sencillez y la (para él) inexcusable amenidad» (pág. 21). Su refutación de todo lo dicho sobre Marsé afecta —insisto— a este mismo número de Quimera en el que se publica, porque Cuenca no se dirige a los lectores comunes del novelista, sino a aquellos que han publicado algún juicio sobre él, a quienes han degradado la naturaleza de su obra con «torpeza fabulosa»: el autor proletario de literatura proletaria, ejemplo insuperable de individuo pijoapartesco; o «uno de los mejores ejemplos del uso brillante y exacto del español». El biógrafo de Marsé, con su competencia y autoridad, reparte tanta estopa que uno se siente sobre frágil tabla al escribir sobre el maestro, pues Cuenca dice que «No deja de tener su gracia que algunos amigos de las modas literarias con pretensiones vanguardistas […] hayan destacado […] Si te dicen que caí basándose sobre todo en las dificultades que presenta su lectura« (pág. 21); o «Quien no vea el proceso de paulatino refinamiento, reconsideración, reformulación, que registra su obra desde Si te dicen que caí hasta Rabos de lagartija, debería hacerse mirar la mirada» (pág. 23). No sé, aunque certero y compartido, me ha parecido un tono demasiado vehemente para incitar a la lectura, como ya noté en algún otro apasionado de la escritura de Marsé. En fin…, «nadie pareció reparar»…, «…tampoco se entendió»… No sé yo.
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