viernes, noviembre 05, 2021

Cuaderno de Perugia (XVII)

Esta mañana he dado mi última clase y me he despedido de mis alumnas, aunque seguiremos en contacto y seguirán trabajando para enviarme un ensayo sobre una parte de los contenidos del curso. Muy ceremonial, he recogido los papeles que traje en una carpeta, he salido de la habitación y los he llevado a la maleta que haré en tres o cuatro días para volver a casa, simulando una suerte de ritual simbólico de la misión cumplida y de lo fugaz del tiempo. No voy a hacer ningún balance hasta que quien sea me pida una cuenta de resultados que, en términos académicos, es sobresaliente, con perdón por entenderlos en mi propio beneficio. En mi cuaderno del viaje, iniciado antes de partir, anoté el nombre de Marco Paone, a quien iba a encontrar aquí. Le conocí en mayo de 2017 en Cáceres, cuando él estuvo con una estancia del Programa Erasmus, y fuimos juntos a una lectura de poemas de Irene Sánchez Carrón en la Biblioteca Central. A Marco le interesa mucho la poesía contemporánea. Él se doctoró poco después en la Universidad de Santiago de Compostela con una tesis que trató las antologías de la poesía italiana en español en la segunda mitad del siglo XX, en España y en Argentina, y con ejemplos también de la primera década del presente siglo. Fue un placer reencontrarnos en Perugia, cuando comimos con Luigi y probé la coratella —higadillos de cordero— en «Al mangiar bene», en el centro histórico. Ayer volvimos a quedar Marco y yo, que quería llevarme a que conociese un sitio de comidas que está en el lago Trasimeno y, de paso, visitar algún borgo entre los muchos bonitos que hay por la zona. Probé una de las tortas al testo más famosas de aquí —La torta d’la Maria / è la più bona che ci sia, se lee en un cartelón en el aparcamiento junto a la carreterita de acceso— y también el pescado del lago, persico, que es perca, frita y rebozada, muy gustosa; pero, nuevamente, demasiado abundante para mi mal saque. Marco me llevó luego a Monte del Lago, un pueblito desde cuyas calles se puede contemplar el agua y da la sensación de que uno se encuentra en una ciudad costera al borde del mar. En realidad, un lago que parece un mar, como llegó a parecerme cuando pasé por la autovía en dirección a Pisa el sábado nueve del mes pasado. Del mes pasado, sí. Paramos luego en Corciano, al lado de Perugia, que me encantó. Allí tomamos café y paseamos un rato por sus calles estrechas y limpias, como si de un decorado se tratase, a tan solo once kilómetros de este otro decorado más bullicioso y más monumental que me ha amparado en este tiempo.

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