Ayer fui al cine. Vi Madres paralelas, de Pedro Almodóvar, doblada al italiano y sin subtítulos. La experiencia de ver una película española así, en un vetusto y encantador local del centro de Perugia cuyos accesos me parecieron de cine de verano, me resultó más sugerente que la última entrega del galardonado cineasta manchego; porque añadió a lo que vi otro gusto al que casi siempre he tenido con las obras de Almodóvar, que no pierde su capacidad de enamorar con encuadres y fotografías, y que en este caso pone en pantalla —junto a notas ancilares que en otros momentos de su cine han sido centrales— asuntos de importancia crucial ahora —todavía— como la recuperación de la memoria histórica, con un Federico García Lorca como símbolo. Es muy importante que una voz tan internacional —lo noté anoche cuando vi al público que salía del Cinema Zenith de la sesión de las cinco y a una parte del que entraba a la sesión de las nueve y media— muestre una realidad aún candente, e incómoda para algunos, que deberíamos sin ningún complejo incorporar a la imagen de esta España contemporánea. A unos les gustará más que a otros cómo lo ha mostrado Almodóvar en esta obra; pero lo importante es que lo ha incorporado en esta ocasión a su modo de interpretación de las relaciones humanas. Vi la película con una pareja italiana. Ella, que ha visto toda la filmografía del español y lo tiene como su director favorito, salió muy satisfecha. Él se fijó en Penélope Cruz —que a mí me pareció muy bien doblada, como Rossy de Palma; bueno, como todos—y en cómo puede pasar de una belleza celestial a otra terrenal, y después, combinarla con un desaliño admirable por natural. Gran actriz. Cada día me gusta más esta ciudad en la que a una hora tardía, aunque no excesivamente tardía, te reciben con una sonrisa en una pizzería cercana al cine, que fue nuestra disculpa por llegar tan tarde a cenar una pizza de medio metro —la nuestra de ½ metro misto— una especie rectangular —de la que pongo foto al pie— que combina tres tipos de pizzas a elegir dividida en quince porciones —cinco por persona, pues éramos tres— que no hace falta decir que no llegamos a terminar por culpa de esta pronta saciedad mía que me permitió llevarme varios trozos a casa. Con mi caja cuadrada en la mano me despedí de quien nos recibió con unas gracias en portugués. Creí entender que era brasileña. Además de muy amable.
Que buena pinta tiene la pizza!! Por favor!! Jiji en ese cine yo ví "Los lunes al sol". Curioso que los dos hayamos visto ahí una película española. Besos.
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