sábado, octubre 16, 2021

Cuaderno de Perugia (VII)

En la única terraza que me apeteció sentarme la otra tarde para tomar un café me dijo el camarero: «—Chiuso», sin añadir ninguna de las muchas fórmulas de cortesía que acostumbro a escuchar diariamente. Todavía no sé bien cómo acomodar el apetito al horario; pero me extrañó la forma que tuvo de decirme que no podía atenderme. Al volver a casa, una mujer hablaba en español por el teléfono sobre una niña a la que tenía que cuidar; y fue la tercera vez que veía a los mismos tipos tomando algo en un bar que hay al final de Piazza G. Maleotti justo antes de bajar por Via Galeazzo Alessi para llegar a casa. Me cae simpática esa manera de cultivar la costumbre, como pasa en cualquier barrio de cualquier ciudad en la que siempre están los parroquianos, los habituales, los irredimibles… Voy llenando el frigorífico con todo lo que me aporta un bienestar aquí: lo básico, desde fruta o leche, hasta latas de cerveza, pistachos o huevos, que fueron los primeros que me llamaron la atención por la etiqueta de «100% italiane», que se repite en muchos anuncios televisivos sobre diversos productos. Confieso que miré el bote del gel —Felce Azzurra (Uomo)—por si también llevaba algún indicativo. Menos mal. Compro cerca de casa, y no me parece más caro que lo que gasto en España: un litro de leche 0.66 €, un par de cebollas 0.37 €, eso sí, con el cargo de dos céntimos de euro por la bolsa que cogí para pesarlo; y la prensa hoy sábado 2.50 €, tanto Il manifesto como La Repubblica, con un suplemento dedicado a elegir a la mujer italiana de 2021, y cuyo Oroscopo no tiene desperdicio en mi signo: «Piglio guerriero. Natura felina. Animo fiero. Luce negli occhi». En portada, lo de estos días: la polémica por la obligatoriedad de presentar el certificado de vacunación (green pass) para entrar a trabajar —hay demasiada gente indignada— y la manifestación de hoy en Roma contra la violencia de extrema derecha que asaltó el pasado fin de semana la sede del Cgil (Confederazione Generale Italiana del Lavoro), el sindicato más importante de aquí. Salí bien temprano de casa a hacer algo de ejercicio por estas calles y a la altura de Piazza Italia —eran las ocho de la mañana—, una de mis alumnas me saludó mientras corría con unas amigas. Qué sorpresa. Y hoy ha tocado una larga visita al MANU (Museo Archeologico Nazionale dell’Umbria). Otra lección de historia. Se me va poniendo la piel etrusca y duermo como un niño chico.

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