Hace pocos días, el once de julio pasado, Felipe Núñez (Plasencia, 1955) escribió en su página de Facebook lo siguiente: «Años atrás escribí profusamente. Me arrepiento de haber escrito y del contenido de lo escrito. Perpetré poemas, los primeros, torpes e ingenuos. Los últimos, repletos de gongorismos. También cometí prosas. Estas, ahítas de soberbia. Me pregunto si sería apropiado emprender un expurgatorio» (*). Hubo algunas reacciones, y la más contundente fue la de Juanma Barrado, seguidor temprano de la obra de Felipe, que no comprendía esa mirada retrospectiva e inclemente. ¿Expurgatorio? Replico. Con la complicidad de Felipe Núñez, replico con una exhumación. Se titula Nada por aquí, nada por allá. Seis personajes en busca de su padre y no estaba muerto, no, que estaba tomando cañas; narración por otro nombre conocida como la sinfonía dialéctica en cinco movimientos, dotada de prólogo para mejor comprensión de lo que en ella acontece, con interpolaciones y entrecomillados ocultos, personajes accesorios y otras cantidades de menor cuantía que serán entregadas previa presentación del resguardo correspondiente y el carnet de afiliado. Es un mecanoscrito fechado en Cáceres en MCMLXIII, de cuarenta y ocho hojas tomadas por el color del tiempo y que llevan la mención de autoría —o «propiedad intelectual»— de Carlos Ortega y de Felipe Núñez, que perpetrarían aquello a los diecisiete o dieciocho años. Más tarde, vendría la edición ciclostilada de Tris tras princesa (1975), la de Leticia va del laberinto al treinta (1977), con una nota en cuarta de cubierta de Jorge Urrutia, por aquel entonces profesor en la Facultad de Letras de Cáceres —origen de todo—; como lo era, y tanto, el muñidor Ricardo Senabre, que conoció aquella «narración por otro nombre conocida como la sinfonía dialéctica» y que llevaba un prólogo —«De obligada lectura»— firmado por Nicolai Nicolaiev Krallov, Director de la Escuela Venezolana de Artes Aplicadas. Por allí anduvo César Nicolás —sic—; aunque Felipe dice que todo lo escrito fue por él y por su cómplice. La materialidad de la pieza documental —no impresa, sin aspecto de libro— la tiene condenada fuera de los «elementos normalizados» de los modernos catálogos en línea de una biblioteca como la nuestra. Así que, aunque parezca mentira, es fácil localizar el texto en los antiguos ficheros de madera que contienen miles de fichas en papel de aquella antigua biblioteca matriz de lo que hoy tenemos modernamente mecanizado. Yo recuerdo haber tenido en mis manos el ejemplar cuando aún la Facultad estaba en aquel Edificio Valhondo; y por eso, cuando Felipe Núñez me preguntó si yo sabía algo de aquel escrito, no dudé en responderle que seguro que tenía que seguir ahí. Y ahí sigue, con sus tapas de cartulina verde y sus tres grapas ya oxidadas para aferrar el lomo. Y con el canguro o papelín del préstamo que dice que alguien lo sacó también en el año 2000. Nadie más hasta ahora que lo he tenido aquí para enviar una copia escaneada a su padre principal. Habría que ponerse a imaginar lo imaginado por aquellos jóvenes que escribieron «abundantes vicios de dicción», según el prólogo, y que se entregaron al absurdo de Jardiel y de Beckett, más que a cualquier rebeldía política en los estertores de la dictadura. Los cinco «movimientos» contienen un relato delirante con un puñado de guiños a la literatura de siempre y a la vida de entonces, y poemas que podrían considerarse la prehistoria insolente y atrevida de, por ejemplo, Tris tras princesa, y notas muy jugosas de erudición con chispa, entre las que está la que revela el primer título largo de la novela de Jesús Alviz Concierto de ocarina (Ediciones Libertarias, 1986), que fue Concierto de ocarina con solos de trombón, coro popular con clave incógnita, en tres movimientos (h. 30).
(*) Leopoldo Felipe Núñez Santos, que firmó todas sus obras como Felipe Núñez, fue una de las figuras más destacadas de los primeros años de la juventud literaria extremeña en el arranque de la Universidad de Extremadura, y fue guía de las primeras promociones literarias de aquel tiempo. Aparte de los libros citados, publicó los poemarios Los seres y las fuerzas (1979), Equidistancias (1983) y Nombres o cifras (1985), que reunió luego en el volumen Balizamiento para un aterrizaje nocturno, publicado por la Editora Regional de Extremadura en 1998, año en el que también apareció su ensayo Para escapar de la voz media, que fue Premio Arias Montano de la Junta extremeña. En 2014, Editorial Delirio publicó sus Obras, con la reunión de la mayor parte de sus versos, sus prosas, algunos inéditos y otros textos críticos. Allí, en una «Breve nota previa», escribió: «Releo estos viejos escritos míos y observo algo con disgusto y vergüenza: demasiado a menudo manifiestan incomodidad con su propia existencia. Amenazan una y otra vez con “el abandono y el borrado”, y al respecto se interrogan enfáticamente sobre si resultaría más radical el uno o el otro. El simple abandono —afirman— es radical por cuanto no añade gesto. Pero el gesto del borrado, a cambio, es más drástico siempre que sea irreversible». Y añadió, como yo hago ahora con la publicación de esta nota: «Pues bien, ni abandono ni borrado. Muy al contrario, estos viejos escritos vienen aquí a insistir y reincidir» (pág. 9).
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