Hoy, 18 de julio, una tribuna de Pilar Mera en El País y el programa de Radio 3 Videodrome, que escucho —estremecido de nuevo por la rememoración de tanto odio— mientras comienzo a pasar estas líneas, me recuerdan aquel nefasto e infame hecho de hace tantos años; y un amigo, poeta y crítico, Alfonso Alegre, me envía un poema dedicado a José Ángel Valente —murió en Ginebra tal día como hoy de hace veintiún años— y recogido en su libro El camino del alba (Tusquets, 2017). Hoy la prensa trae la noticia de la muerte ayer de la actriz Pilar Bardem. Nadie ha tenido que recordarme el primer aniversario de la de Juan Marsé, también un 18 de julio, y sí M., una amiga, que estuvimos con su familia y unos amigos, hace exactamente un año, visitando unas bodegas en Almendralejo en las que nos atendió Cristina y nos sirvió la comida, como si fuésemos recién nacidos, un excelente camarero gitano que atendía por Lolo. Me cuesta concentrarme en la lectura de los periódicos cuando, sentado en la terraza de costumbre, dos personas, en una mesa junto a la mía, hablan sin nadie más a su alrededor y sin ruidos que tapen lo que dicen. Me esfuerzo en concentrarme en mis papeles porque no es cómodo escuchar como si fuese un fisgón asuntos íntimos, confidencias o cualquier comentario insustancial que nada tienen que ver conmigo. Un señor robusto esta mañana hablaba de algo de su trabajo —«…le dije que yo le llevaba el caso sin cobrarle…»— con una mujer a la que ya le adjudiqué su condición de esposa. De pronto, la conversación dio un giro y escuché el nombre de Colombo. Como antes yo sí estaba a lo mío, no sé si lo pronunció uno de los dos para referirse a un perro o a un amigo común al que conocen con ese mote. Lo cierto es que salió el apellido del conocido teniente televisivo y entonces fue cuando el marido contó con bastantes detalles uno de los episodios de la afamada serie en el que el detective descubría al asesino gracias a una colección de bolas de nieve decorativas que estaban en una vitrina. Ayer la conversación fue más cercana y aún más nítida. Por eso, de haber llevado conmigo mis nuevos airpods, habría evitado enterarme de los problemas que una mujer contaba a su amiga sobre la gestión de su divorcio y la relación con su hija, sus consideraciones sobre la lealtad, la entrega a los otros, la complicidad, y también lo alejadas que están algunas personas de estas virtudes. En lugar de sentirme mal por estar escuchando conversaciones ajenas, prefiero ser como el narrador de Microcosmos, de Claudio Magris, cuando describe el ambiente del Café San Marcos de Trieste y reproduce fragmentos de aquel murmullo de voces y del coro inconexo y uniforme que nada tienen que ver con estos ratos tranquilos en San Juan a la hora del aperitivo en los que se escucha todo. Solo faltó encontrarme a alguien para darle un abrazo.
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