Ayer, mi experiencia teatral en este blog con Niceto Alcalá-Zamora no me llenó del todo. Un relieve de erudición está bien de vez en cuando; pero cuando el teatro es vivido y sirve para salir a la calle un rato, relacionarse con otros, aprender de los que saben del oficio por asistir a un montaje en donde hay actrices, directoras, técnicos de iluminación y sonido, tanta gente, entonces, la experiencia es plena, muy gratificante. Incluso te permite socializar y salir de la huronera para ir bien acompañado a disfrutar del teatro al aire libre una noche agradable de junio. Nada más ni nada menos que la noche de San Juan, que fue cuando vimos en Las Veletas Autorretrato de pluma y espada, un montaje de Karlik Danza en el que participó mucha gente conocida. Lo primero que me llamó la atención sobre el escenario fue una reproducción encajada en una grabación en blanco y negro de la estupenda actriz Memé Tabares interpretando a María de Zayas. Cuando se hizo la luz se apreció cómo se vestía el rostro de la mujer en un traje de época de gran copa. Su miriñaque —todo un símbolo— sería luego utilizado en otros cuadros de la obra, y fue uno de los recursos valiosos de este montaje, con su intención reivindicativa de la presencia de las mujeres en la literatura de nuestros Siglos de Oro: Ana Caro, Ángela de Acevedo, Leonor de la Cueva o la también citada Catalina Clara Ramírez de Guzmán, como una mención extremeña más que justificada. A la mayor parte de esos nombres ponen rostro las experimentadas actrices, además de Memé Tabares, Carmen Galarza —a la poeta andaluza Ana Caro de Mallén—, Ana García —a Ángela de Acevedo, portuguesa que escribió sus obras en castellano—, Olga Estecha —a la vallisoletana Leonor de la Cueva y Silva, autora de La firmeza en la ausencia—, y, finalmente, el actor, director, y profesor en la ESAD de Extremadura, Alfredo Guzmán, como Fray Luis de León, también en plasma. Le puse algunos reparos a la estructura argumental, a la solución para hilar las diferentes historias con un motivo único que se cifró en esa reivindicación justa del papel de las mujeres silenciadas en la historia literaria. Pero como tal recreación, no me acabó de convencer en su unidad y en su ritmo. Y eso que basta con la llamada de atención para que el público empatice con un empeño artístico así. Como, más en mi ámbito, proyectos de investigación académica como BIESES (Biografías de escritoras españolas), la base de datos de acceso libre para todos los investigadores que completa, recopila y sistematiza las fuentes informativas de que disponemos para el estudio de la escritura femenina anterior al siglo XIX, y que impulsó y coordina mi querida Nieves Baranda. Lo que sí convenció aquel jueves 24 es el papel de todos los actores y de todos los que intervinieron en levantar esos Autorretratos que proponen levantar la pluma como arma frente al discurso masculino. Desde una espléndida Guadalupe Fernández, hasta las más que solventes Chloé Bird —a quien por primera vez vi en el escenario sin cantar ni tocar— y Lara Martorán, más Sergio Barquilla y un cercano Jorge Barrantes que sigue creciendo, apoyados en la expresión corporal coreográfica tan ajustada a la dirección y el propósito de Karlik Danza —Cristina D. Silveira. Mucha gente conocida entre el elenco, como decía al principio; y para prueba sirva que, cuando pronuncié el nombre de uno de los intérpretes al terminar la obra con la grada en pie aplaudiendo, se giró una señora de la fila inferior para decirnos orgullosa: «—Es mi sobrino». Mereció la pena, como siempre, salir de casa para ir al teatro bajo el cielo de otro junio pasado que no ha sido inclemente. Me alegro de que don Niceto me haya obligado a sacar esta entrada del morral; si no, se hubiese perdido, como tantas.
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