«Ya sé que manojito lleva jota, pero creo que a Víctor le habría gustado que lo escribiera a la manera áurea» (pág. 207). Así dice la primera nota del artículo de Francisco Mendoza Díaz-Maroto («Un manogito de pliegos con pedigrí») incluido en la sección de «Curiosidades bibliográficas» y que va firmado por alguien que se autodenomina «bibliofilógrafo», que designa, según el propio Mendoza, al bibliófilo que describe sus propios ejemplares. Menciono esta nota como muestra de uno de los rasgos de este volumen lleno de relieves de erudición (El arte de la memoria. Homenaje a Víctor Infantes. Ed. de Ana Martínez Pereira. Madrid, Visor Libros, 2020): su cordialidad, en toda su hondura etimológica, como recuerdo muy presente del amigo y compañero. Entre los veintitrés trabajos científicos que nutren las cinco primeras secciones —la sexta antes del álbum, «Ingenios», recoge textos, fotografías y poemas visuales de familiares y amigos— son numerosos los que contienen algún guiño cómplice, una alusión afectuosa o una anécdota significativa, y, sin duda, en la inmensa mayoría Víctor Infantes está presente como autor en la información bibliográfica, pues, como ya se ha dicho, cada una de las divisiones del conjunto representa una de las parcelas de la historia literaria y libraria por las que se interesó y en las que trabajó. «Ad lectorem» es el pórtico con el que la editora abre este volumen, con una frase que justifica el título del libro: «La memoria define a Víctor Infantes». Sigue la semblanza o recorrido bio-bibliográfico que escribe Ana Martínez Pereira en un ejercicio de difícil síntesis sobre una tan vastísima producción que «provoca vértigo» (pág. 12) y sus muchas actividades organizativas y colaborativas en el ámbito de la filología. Y entre esos paratextos cordiales que reciben al lector está una carta —«Querido Víctor»— de Luis Alberto de Cuenca, fechada el 29 de septiembre de 2018, que parece como si impregnase o contagiase de amicitia el resto de colaboraciones, por muy especializadas y concretas que sean. Que lo son. Julián Martín Abad vuelve a dar una lección sobre la tipología aplicable a los impresos antiguos, en la sección «Hacedores del libro» en la que Emilio Blanco habla sobre los manuales de confesores y Manuel José Pedraza Gracia trata la impresión de efímeros en el XVI. Con buen criterio, el primero de los trabajos científicos —sobre un egotexto del XVII de una inglesa convertida al catolicismo— es el de Nieves Baranda, en cuya primera línea aparece Víctor Infantes, proponiendo ese rasgo de humanidad al que antes me refería que recorre todo el homenaje. Que está en el introito del artículo de Giuseppe Di Stefano que edita y filia un pliego suelto; y está igualmente en la carta-artículo de Juan-Carlos Conde sobre «un texto político ignorado del siglo XVII», y también en el último trabajo de esa sección «Taller de edición», que cierra Jacobo Sanz Hermida con la edición de una versión desconocida de una mascarada de Salamanca. Está, cómo no, en las palabras y el sentir del trabajo que firma Pedro Ruiz Pérez («Otorgar la vida a las letras: memoria bibliográfica y construcción autorial en la Biblioteca de Pellicer»), uno de los seis de la parte de «Gabinetes áureos», con las contribuciones de Esther Borrego —sobre la trasmisión oral y escrita de la historia de una imagen, la de la Virgen del Tránsito de Zamora—, de José Adriano de Freitas Carvalho —«Revendo bibliotecas, catálogos e inventários: as edicões dos Exercicios divinos revelados de Nicolás Eschio em Espanha e Portugal, 1554-1787»—, de Juan Montero —que da noticia de un manuscrito autógrafo de finales del siglo XVII que son las notas de «un lector curioso» llamado Juan Antonio Rico de la Mata—, de Blanca Periñán —que transcribe y traduce un soneto italiano «Alla charta» que es un elogio del papel con el que la profesora recuerda a Infantes—, y de Juan Miguel Valero Moreno —que escribe sobre El licenciado Vidriera, y también introduce su texto con un guiño (parentético) a V.I.
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