Qué apreciable es que entre los fines implícitos de una editorial pública como la Editora Regional de Extremadura esté el dar a conocer las operas primas de autoras y autores noveles. Casi desde sus comienzos a mediados de la década de los ochenta así ha sido. Por solo hablar de la poesía, poetas como José María Cumbreño, Diego Fernández Sosa, María José Rozas, Carmen Hernández Zurbano, Francisco Pacheco Lozano, Fernando de las Heras, entre otros, si no me equivoco, publicaron sus primeros libros con el sello de la ERE. Una muestra de que esto por fortuna sigue siendo así es la publicación de Ciudad abierta (Mérida, ERE, 2019), el primer libro de poemas de Sandra Benito Fernández (Plasencia, 1992), que fue brillante alumna de Filología Hispánica en Cáceres y hoy da clases en un centro de Educación Secundaria —qué ilusión. Y, casi —pues ya publicó antes un primer libro—, el de El contorno del eco (Mérida, ERE, 2019), de Carlos García Mera (Guadalajara, 1992), poeta y guitarrista yepesiano de raíces extremeñas; pero que traigo aquí juntos por su publicación al mismo tiempo el diciembre pasado y por mi lectura de ambos a la vez. No sé si ocurre con las dos obras, pero por la nota de dedicatorias y agradecimientos que va en Ciudad abierta, se deduce que en su proceso de edición han estado implicados hasta tres responsables de la Editora Regional: Eduardo Moga, el primero en dar amparo al libro, Fran Amaya y Luis Sáez Delgado, que, como dice Sandra Benito, recogieron «el testigo». Y viene al caso del encomio de esa voluntad que siempre ha demostrado la ERE de acoger la poesía joven para que se abra paso en sus comienzos. También estos dos libros de poemas nacen hermanados, junto a la antología de José María Valverde (1926-1996) La bendición de la lluvia (Mérida, ERE, 2019), en edición de Jesús Aguado, por ser los primeros con los que la editorial recupera el diseño antiguo de su colección Poesía, «obra de Julián Rodríguez y, sin duda, un clásico contemporáneo de la tipografía», como se lee en alguna información promocional de la casa. Más elementos de relación. Seguí la videopresentación del libro de Sandra Benito el 18 de junio pasado, en la que ofició de presentador Javier Pérez Walias, pero no pude estar hasta el final, y me quedé con la curiosidad de preguntar por el colofón del libro, de si era a propuesta de ella. El colofón alude al centenario del theremín, «también música y ciudad». Hace muy poco, me encontré por San Juan a Sandra y a Antonio Rivero Machina (Podría ser peor, Hiperión, 2013; Contrafacta, La Isla de Siltolá, 2015), y pregunté; pero ella me dijo que no, que debió de ser cosa de los editores. En efecto, Luis Sáez acaba de confirmarme que se les ocurrió —María José Hernández siempre ahí— que cierta modernidad de la visión de la ciudad del libro recordaba a la estética del primer tercio del siglo XX, siglo al que algunos colofones de los últimos libros de la ERE aludieron. (El de García Mera, no, que se remonta a mil veinticinco años atrás, cuando murió Ibn Hazm de Córdoba, que habla en uno de los poemas; pero el de Valverde recoge los setenta años de la publicación de su libro La espera, de 1949). Conozco bien desde muchos años el cuidado que estos editores de lo público ponen en lo que hacen; pero se agradece que te confíen, además, que lo del theremín es un «guiño millennial, que es un poco la generación de la autora y sus posibles lectores cercanos: Sheldon Cooper tiene un theremín con el que machaca a los de The Big-Bang Theory». Por cierto, y antes de seguir en otro tramo; qué sano albedrío este de escribir sin que nadie te lo pida, sin cortapisas espacio-temporales, y de ensayar una especie de boba pirueta frente a los patrones de la reseña al uso.
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