miércoles, julio 29, 2020

Salud, Gonzalo (0.2)

Ayer subí a Plasencia. (¡Cuán gritaban esos malditos —anoche, al final del día— en la terraza de San Juan! Nadie debería hablar a gritos ni carcajearse en la cara del otro, y menos en este tiempo de precaución y rebrotes. Ni a esas horas). Al salir con el coche desde el garaje, la primera matrícula en la que me fijé —de las innúmeras que a lo largo del día ocupan mi atención— llevaba las letras HGB. Aunque no en el orden de su coincidencia exacta, su relación con las iniciales de Gonzalo Hidalgo Bayal, con quien me había citado en su casa, me pareció un buen augurio. El que anunció un día espléndido, a pesar del calor —siempre soportable cuando uno tiene otras cosas en las que pensar—, que me devolvió a Cáceres con la grata experiencia de un encuentro de varias horas de conversación con el autor de Conversación (2011), el volumen con cinco historias que encabeza una cita del Tesoro de Covarrubias, de sus definiciones de conversar, entre las que está «Conversación, la comunicación y plática entre amigos». Creo que así fue, aunque yo solo preguntaba y Gonzalo hablaba y hablaba, indeciso en alguna fecha e inquieto por no confirmar un dato o referencia que, luego, gracias a algún libro de su biblioteca, compartió conmigo, sentado frente a él y con las manos en el teclado de mi portátil, a debida distancia y con mascarilla antes de comer, y sin mascarilla después de comer. (Inseguridades de la precaución y los rebrotes. En realidad, habíamos comido María José, él y yo en una mesa de Casa Juan sin mascarillas, y luego, vueltos a casa, yo seguí alimentándome sin mascarilla de lo que decía GHB). Después de anotar un montón de datos que no conocía de la vida de Gonzalo —y nos conocemos desde hace mucho—, cada vez me preocupa menos saber si en sus novelas hay un hecho biográfico o no lo hay; pues lo que vale es la pura ficción y el afán narrativo, que yo ahora intento remedar. La verdad es que lo que más me interesa como lector es cómo envaina o blanquea un novelista la experiencia vivida en el hueco o en el líquido, según sea, de su escritura libérrima y suprema. (¡Cómo siguieron gritando esos malditos anoche cuando todavía no había terminado de escribir esta entrada. Parecía mentira. Lo nunca visto. Como una verbena. Y ayer fue martes, día de diario, como hoy). Tantas horas con Gonzalo es tan octosílabo como los de una de esas brillantes espinelas que se sabe de memoria y que compartió conmigo. Tengo que escribir sobre esto. También me salen ocho sílabas métricas.

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