Ayer bajé a recoger el periódico a primera hora, y, como todos los viernes, pagué un euro por El Cultural, de venta «conjunta e inseparable con El Mundo, y en librerías especializadas». Yo no compro ese periódico, así que desde hace muchos años llevo haciendo trampa, con la complicidad de mis quiosqueros, que, igual si se mira así, puede que tengan una librería especializada. Aunque desayuné con la prensa, mi mañana de trabajo no me permitió detenerme en la lectura hasta sentarme a comer. Fue sustanciosa, con un buen vino. Yo no sé cuántos artículos habré leído en mi vida de The New York Times Book Review. Probablemente, el primero fue el de ayer, de Jennifer Szalai, sobre las memorias de John Bolton The Room Where it Happened (La habitación donde sucedió), exasesor de Seguridad Nacional de Donald Trump. El suplemento menciona la procedencia, también la autora de la fotografía que ilustra el artículo; pero no quién hace la traducción por la que yo pude leer que este libro de un tipo del que yo no me fiaría «está inflado de prepotencia y oscila entre dos registros discordantes: extremadamente tedioso y levemente desquiciado». Me pongo en el contexto de la opinión pública norteamericana cuando haya leído esta crítica, que el medio español que lo difunde da por supuesto que el lector de aquí sabe —yo espero que sí— quiénes son Ned Flanders y Sam Bigotes. No sé imaginarme la repercusión de una crítica que termina diciendo que es «una experiencia extraña leer un libro que empieza con repetidas andanadas contra ‘los intelectualmente perezosos’ escrito por un autor que se niega a pensar detenidamente sobre cualquier cosa». No sé que pasaría en España en un caso análogo. Antes, en el desayuno, volví a enfadarme por culpa de esos opinadores envanecidos en posesión de su verdad, que antes que por las ondas nos la dan en papel prensa —y son los mismos, calculados los turnos, sin salir de PRISA— y luego leí en las mismas páginas que me ocupan ahora una respuesta de Gregorio Luri en una entrevista en la que dice que «es más fácil fomentar la opinión que el razonamiento y porque, en la práctica, solemos considerar crítico aquel pensamiento que coincide con el nuestro». Pues sí. Me anoté que ha salido nueva novela de Rafael Reig, Amor intempestivo (Tusquets), que Nadal Suau en su reseña define como «un libro sobre la vida y la imposibilidad de que transcurra sin pérdidas». También subrayé afirmativamente una parte del artículo de Ignacio Echevarría sobre la sinrazón y la idiocia que se cierne ahora sobre las estatuas y otros símbolos, y su propuesta de adaptar las acciones artísticas del recientemente fallecido Christo y sus envolturas de grandes construcciones y monumentos, como una fórmula que resolvería «de un plumazo el problema que para algunos entraña convivir con monumentos que celebran hechos, personalidades o valores que estiman repudiables. Envolver en lona estos monumentos sirve para conservarlos y negarlos a la vez, con la ventaja de que su ocultamiento, además de ejemplarizante, es reversible, según soplen los vientos de la memoria histórica y del oportunismo político del momento». Estupenda solución. Lecturas de viernes.
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