domingo, junio 28, 2020
Una carta para Julián
Este viernes, al salir al paseo cargado con las bolsas de basura para dejar en los contenedores de las traseras de San Juan que siguen sin estar soterrados en esta ciudad Patrimonio de la Humanidad —qué insalubre todo—, recogí en mi escalera un sobre a mi nombre con una letra reconocible. Me asomé al interior para leer en la cartulina de cubierta de una de las dos copias Una carta de Henry James a Fanny Stevenson nuevamente impresa en memoria de Julián Rodríguez Marcos. Lo metí en el morral, sin leer las cuatro páginas impresas grapadas en su interior. Crucé con mis desperdicios, como siempre, por una de las terrazas de la plaza —como nunca tan concurrida e igualmente insalubre— y atisbé en otra de ellas a Ó., un camarero conocido que no veía en su tarea desde principios del mes de marzo. Desde los sucios contenedores rodeados de coches junto a una iglesia del XIII al XVIII, volví a la plaza a saludarle. Todo bien, aunque acabo de enterarme de que murió su suegro. Y enfrente, al irme, junto a uno de los bancos de la plaza, allí estaba el responsable del sobre con sus padres, Javier Rodríguez Marcos, el hermano inseparable de Julián que ha querido recordarlo en el primer aniversario de su fallecimiento —que se cumple hoy— con la publicación de esta carta de Henry James a la viuda de Robert Louis Stevenson (1850-1894), fechada en el diciembre de la muerte del escritor, que se incluyó en el volumen Crónica de una amistad. Correspondencia y otros escritos (Madrid, Hiperión, 2000), traducido por María Condor, y que Julián tenía en la estantería de su dormitorio de su casa de la calle Fuente Nueva, aquí al lado. Lo dice la nota escrita por Javier tras el texto de esta carta emocionante que parece escrita para la editora Irene Antón, la pareja de Julián, y que parece dedicada a la memoria de este: «Pensaría que decirle esto es una falta de delicadeza si no fuera porque sé que en su propio sentimiento de pérdida no hay nada de cicatero o egoísta. En cuanto a él, fue pese a todo un hombre con suerte. Quiero decir que tengo la sensación de que ha sido tan feliz en la muerte (abatido de esa manera, como los dioses, en una hora clara, gloriosa) como lo fue en los momentos de esplendor. Pese a todas las circunstancias tristes de su rica y exuberante vida, tuvo lo mejor de ella, lo más intenso de la lucha, lo más sonoro de la música, lo más fresco y espléndido de sí mismo. Sería distinto si no hubiese alcanzado la plenitud y la excelencia. Fue todo intenso, todo gallardo, todo exquisito desde el principio. Y en todo la experiencia y el goce tuvieron algo de dramática prodigalidad. Se ha ido a tiempo para no envejecer». Javier, ya por la noche de este viernes en que me dejó la carta en la puerta de esta casa en la que él mucho jugó de pequeño, me escribió, a petición mía, que la iniciativa de este recordatorio impreso ha sido algo familiar y de amigos —entre ellos, el otro hermano de Julián, Juan Luis López Espada— y añadió que la «carta siempre me emocionó. Con mi hermano muerto me pareció casi un retrato suyo». Y así es.
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