sábado, junio 27, 2020
Salud, Gonzalo (0.1)
«¿Cómo va a molestarme, querido profesor Lama, ninguna cuestión de genética textual? Salud. Gonzalo». Esta fue la respuesta de Gonzalo Hidalgo Bayal a una pregunta sobre los textos de su libro Conversación (Tusquets, Editores, 2011), cuando se me ocurrió que podíamos mantener una correspondencia pública sobre asuntos literarios, que, dada la talla intelectual de quien se trata, sigo creyendo que sería de mucho interés para todos los lectores. Gonzalo bromea conmigo cuando me da ese tratamiento de profesor que a mí tanto me gusta. Aquello fue en septiembre de 2011, y desde entonces, he intentado en varias ocasiones montar una serie de textos con sus respuestas a mis requerimientos sobre cuestiones de literatura, de lo que tanto sabe mi corresponsal. Ahora que ando con el encargo de escribir una especie de biobibliografía sucinta sobre el autor de Paradoja del interventor, me he acordado de aquellos mensajes cruzados, de muchos apuntes y de muchas notas, de muchos años de conocimiento y de relación. Ojalá la vida nos depare tiempo sobrado para dejar aquí constancia de nuestra voluntad de hablar y de compartir lecturas y otras costumbres, como la del furor taxonómico de alguno de sus personajes que viven la vida porque ven cómo pasa. Y la cuentan. Y cuentan. Por eso un día de febrero de hace dos años pregunté a Gonzalo por sus cómputos: «Nunca he cronometrado, querido Miguel Ángel, el tiempo de la lectura, porque la velocidad lectora no depende tanto del formato de página como de la sustancia o la complejidad o la ligereza del texto. Sí me acostumbré, en cambio, en los tiempos del Aula [José Antonio Gabriel y Galán, de Plasencia], a escribir presentaciones de en torno a mil palabras y siete u ocho minutos de lectura en voz alta. Y no hace mucho, para una semiconferencia de media hora, calculé algo más de tres mil quinientas palabras. Y en cuanto al recuento de palabras (no he sido tan adicto al recuento de caracteres, aunque es la norma en textos periodísticos de encargo) creo que la afición me viene de una entrevista que leí hace muchos años. Le preguntaron a un Graham Greene ya mayorcito cómo era un día de su vida (vivía entonces en la Costa Azul). «Escribo 300 palabras y después me aburro», respondió. Tal vez también Vladimir Nabokov incluyera en su Curso de literatura europea el número de palabras de que constaba una novela —Madame Bovary, La metamorfosis, Ulises— y yo me aficionara, en aquello tiempos, con máquina de escribir, a hallar una suerte de media ponderada teniendo en cuenta el número de palabras por línea, de líneas por página y de páginas del libro. No creo que el resultado final fuera muy descabellado. Pero al escribir no anticipo ningún cálculo sobre el número final de palabras ni de caracteres. Y mecanoscritos casi puedo decir que no tengo. Uso, sí, en pantalla, un formato de página A4 con márgenes laterales de 4 cm, letra Cambria de 11 puntos (estuve abonado mucho tiempo a la Palatino Linotype) y 1,3 de interlineado. Pero rara vez imprimo un texto amplio completo. Salud. Gonzalo».
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