jueves, abril 16, 2020

Diario de estos días (XXXV)

«Y no hace falta ya que muera nadie» (Ezequías Blanco)

Jueves, 16. Le pedí que abriese una de las ventanas de su casa mientras hablábamos por teléfono. T., su marido, me había dicho que C., enfermera ahora en el antiguo Hospital Provincial habilitado para afectados por el coronavirus, se había venido a vivir muy cerca de mi calle para aislarse y no contagiarle. Supuse que podría tratarse de uno de los apartamentos que hace unos meses estuvieron construyendo aquí al lado, en Postigo. Abrí una de mis ventanas interiores, saludé con la mano y allí estaba la suya, moviéndose, y, sin poder ver su cara, solo un poquito de su pelo oscuro y rizado, continuamos charlando. Me contó que había casi cincuenta ingresados, que todo se había montado muy rápido y que había quedado «muy apañado», que ya estaban mejor; pero que al principio todo fue muy difícil. Que ya habían dado más de media docena de altas, que era una experiencia insólita hablar con compañeros nuevos sin poder ver sus rostros, sin identificarlos, que lo más duro es vivir en primera línea cómo la gente se muere sola. Uno escucha todos los días testimonios de sanitarios que llevan trabajando con denuedo desde que se desató todo; uno sale a dedicarles todas las tardes un aplauso, sin desmayo —estaría bueno que, como no sé quién decía el otro día, ya se convierta en una rutina que va perdiendo significado. De ningún modo. Pero no, no es una noticia, es algo que quizá afecte más por un contexto cercano. Porque yo puedo poner nombres y apellidos a las personas que en mi ámbito están dejándose la piel «En primera línea», que fue el título del programa que anoche se emitió en Antena 3 y en La Sexta con destacado protagonismo de la labor de la sanidad pública en Cáceres. Entre ellas, C., con quien había hablado poco antes mi vecina T., que fue, en los aplausos, quien me dijo que ya no estaba aquí cerca, que había encontrado mejor sitio en otra zona de Cáceres. También salió C., marido de mi vecina, la de mi misma acera, C.; y, claro, B., mi amigo poeta que ya apareció aquí con mi asombro por estos días. Me emocionó mucho ver a todos y a más gente conocida, también emocionada. La verdad es que cada día es distinto. Sin salir de casa. 

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