jueves, abril 09, 2020

Diario de estos días (XXVIII)

El abrazo (1976), de Juan Genovés. Congreso de los Diputados. Madrid

«Todo volverá a ser grande y magnífico» (Rainer Maria Rilke)

Jueves, 9. Hoy estoy optimista. Solo; pero optimista. Después de veintisiete días. Será este día gris y lluvioso; pero me he consolado pensando en que tampoco antes del confinamiento dormía abrazado a nadie. Qué reparadores y estimulantes son los abrazos y los besos; y, sin embargo, cuando todo vuelva a cierta normalidad nos van a pedir por nuestro bien —qué ironía— que no nos los demos. El abrazo (1976) es el título del cuadro de Juan Genovés que se convirtió en un símbolo de los años de la transición democrática. Después de una entrada del primero de octubre de 2018, vuelvo a su imagen porque se me ocurre que podría ser una bonita reivindicación como símbolo ahora de nuestro próximo regreso a las calles y a la vida de siempre. Será este día lluvioso y gris, también, el que me ha hecho pensar durante una décima de segundo en que el Congreso de los Diputados nos iba a ofrecer esta mañana el mismo ejemplo edificante que millones de ciudadanos estamos dando. Luego me he venido arriba alegrándome de que ninguno de mis seres queridos se parece a Marta Madrenas, alcaldesa de Girona, ni a Quim Torra, que no consienten que se utilicen las camas de los hospitales de campaña montados por la UME y la Guardia Civil, que tanto aliviarían la situación que se vive en Cataluña. Ay, los abrazos. La pena es que van a quedar, por el momento, en un deseo. Ahora escribo en un lugar de la casa en el que la lluvia se hace notar más porque las gotas caen sobre un techado del que estoy muy satisfecho. Me lo arregló V. —es que desde la primera obra filtraba agua—, que es un profesional entusiasta, un operario cartesiano de una empresa solvente al que me ha gustado observar cuando ha venido a casa. Me fijaba en su manera de analizar la situación, de estudiar el terreno para tomar precauciones y de dar con la clave del problema de un modo admirable; tanto que, cuando volvía con la tarea hecha, de paso, me colocaba una teja, me ajustaba el canalón, y no me hizo un chuletón vuelta y vuelta de milagro. Hoy me he acordado de él. ¿Qué hará? Seguro que no está quieto; que estará ayudando a alguien, aunque sea en casa. Hoy, como estoy optimista, este jueves gris y lluvioso, voy a escribir una de las primeras frases de mi entrada de mañana: «A primera hora me toca batirme con una extraña dificultad para levantarme que nunca he tenido salvo por enfermedad». No sé.

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