«Y cuando la tormenta de arena haya pasado,
tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida» (Haruki Murakami)
Miércoles, 8. Por mor del paso del tiempo, me gusta exagerar y decir que ya he dado clase a todo el mundo. Empecé con veintitrés años, y es que fue en los dos últimos cursos de la sección de Filología de la extinta licenciatura de Filosofía y Letras. Así que cuento con antiguos alumnos que tienen mi edad (57), o uno o dos años menos. Hace ya unos cursos descubrí que yo había sido profesor de la madre de una alumna reciente, de la edad de mi hijo. Natural. Con mucha frecuencia, cuando visito algún instituto de secundaria me encuentro con profesores de departamentos de letras que fueron alumnos. La frase de hoy, algo tremenda, de Murakami, me la envió M., que también fue alumna, hace solo catorce años. Hoy es amiga. Es portentoso que pase esto a partir de una relación que fue académica y que se mantenga hoy, ya profesora y madre feliz de dos niñas preciosas. La otra tarde me gustó hacer el ganso confinadamente y sentirme como el reportero dicharachero de un programa infantil, asomándome a esta pantalla para llamar la atención de V. y S., sus hijas, con la rana Gustavo en una mano y un león de peluche de Mordillo en la otra, restos de un tiempo de hijos pequeños. M. es extremadamente temerosa con todo lo que pasa, y es sensible a todo; como supongo que le ocurre a mucha gente. Sus hijas se están portando muy bien en este encierro. A veces las miro y me parecen personas mayores. A veces me miro y parezco un niño que no entiende nada. Su recuerdo me lleva al último sábado de febrero, trece días antes de que comenzase este desastre, con la gente llenando los bares y los comedores, ajena a todo lo que se nos venía encima. Estuvimos P., su marido, sus hijas, y dos amigos más, J. y A., que también fue alumna, que también hoy es profesora. Fue en un pequeño pueblo de La Serena en el que se come un cochinillo sublime. La Haba. Hoy ha tocado este recuerdo, remoto y reciente a un tiempo.
Estar vivos es un verdadero milagro. Cada día que amanece.
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