«Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie» (Rafael Alberti)
Jueves, 2. Literalmente, no. Lo digo por el lema de Alberti. Y es que mi vecino de enfrente, que no suele estar los fines de semana, el domingo pasado limpió su casa y tuvo sus balcones abiertos durante bastantes horas mientras yo trabajaba instalado en una rutina que, a medida que pasan los días, me parece preocupante. Sí, me ayuda a llenar el tiempo; pero me está pareciendo ya un trastorno obsesivo que se repite todos los días a la misma hora y casi coincidiendo con los mismos minutos de cada jornada. He pensado en las veces en las que cada día a la misma hora y casi coincidiendo con los mismos minutos me he levantado para buscar un libro cuando estaba escribiendo una nota como esta y cómo, al devolverlo al estante, he ido por el pasillo tamborileando sobre su tapa el mismo ritmo, sea una novela, un ensayo o un libro de poemas. Eso sí, de tapa dura. Así ha sido. De verdad; y han coincidido la hora y el minuto. De ahí la preocupación y el miedito. El pasado domingo, de pronto, di un cambio radical. Comí en la cocina, como siempre; pero con tele. Siempre escucho la radio y no hay televisor. No como ocurre en tantas casas de aquellos a quienes gusta tenerlo encendido mientras desayunan, para informarse a primera hora de la mañana, como hago yo en los hoteles cuando me levanto y entro y salgo del baño por ducharme y antes de bajar a desayunar. Lo que hice fue ver la televisión desde el ordenador portátil, que me llevé a mi falso refectorio. Me duró poco la disrupción de la rutina, porque dejé de escuchar a la Ministra y Portavoz y me dejé llevar por el segundo movimiento del concierto para piano y orquesta Opus 37 de Beethoven por poner una banda sonora a mi convicción de que estamos respondiendo bien y que tendrá que ser así, que tenían que endurecerse las medidas de confinamiento, como dijo Beethoven. Perdón, María Jesús Montero. Hoy he salido a comprar a las cuatro de la tarde, cuando menos gente hay en el supermercado, y me ha sorprendido ver en la explanada frente a la iglesia de San Juan, donde está la estatua de Leoncia, más de una paloma de la docena que había, echadas sobre el suelo, como si estuviesen empollando el pavimento. Nadie las perturbaba. Están apoderándose sin comprender nada de un espacio que antes era nuestro. También, al parecer, las ratas. Al volver, me he desviado hasta el kiosco de B. y G. para ver de cerca un papel blanco en el que a bolígrafo se lee: «Abierto de 8 a 15». Primera noticia, porque no salgo y desde que estoy confinado no leo la prensa en papel, aunque la pago como suscriptor. Por eso quiero contactar con mis quiosqueros —los echo de menos— para que sigan pasándome la tarjeta todos los días y que al menos ellos no pierdan su ganancia. Pero nada.
Un abrazo, Miguel Angel. Te leo y es increíble la cantidad fe actividades y compromisos que se han suspendido, entre ellos la visita de David y nuestro congreso salmantino, esto ya lo sabía, esperando que en octubre,nueva fecha, podamos reencontrarnos. En estos días te mandaré un correo con información sobre una novela histórica de Patrizia Garelli, amiga y discípula de Rinaldo Froldi, ambientada en el Madrid de finales del XVIII y centrada en el itinerario vital y literario de Tomás Iriarte. Cuidate mucho y a resistir. Un abrazo
ResponderEliminarGracias, Franco. Qué bueno lo que me cuentas de la novela de Patrizia. Espero que esté bien. Hace mucho que no sé nada de ella. Creo que desde un encuentro en París, un día que anduvimos por toda la ciudad. Cuídate tú también y mucho ánimo. Un abrazo.
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