Anoche volví a percatarme de la fragilidad de la contingencia humana al comparar, en una décima de segundo, un hecho ocurrido mientras volvía a casa por carretera, con la posibilidad posible de que hubiese sucedido de una manera más fatal. Hoy todo sería distinto de haber arrollado a un enorme jabalí que atravesó la EX-206, pasado Valdemorales y camino de Valdefuentes, justo cuando los faros de otro coche en sentido contrario solo me dejaron ver la silueta casi encima de un puerco grandote que logró evitar los dos vehículos y correr hacia lo oscuro. Confieso que recibí turbado este domingo, primer día de marzo, todavía despierto, trabajando en mi escritorio, con la necesidad colmada de hablar con alguien; y que he amanecido con el susurro de una rara conciencia que me ha echado al paseo lloviznando para decirle a la vida que aquí estamos hasta que se abaje el hervor. Nada del otro mundo. Como tantos domingos, Videodrome, en mi emisora favorita, que sigue recordando a Kirk Douglas, el hijo del trapero, en esta ocasión con El día de los tramposos (1970), la estupenda película de Joseph Mankiewicz, a la que ya se le dedicó un programa hace casi siete años: «Un cínico no siente ningún tipo de impedimento moral a la hora de decir lo que piensa como lo piensa, o decir lo contrario de lo que piensa. Puede adular u ofender, pero nunca sentir arrepentimiento, porque arrepentirse es atenerse a la norma social como pauta de comportamiento... Allá por los años treinta del pasado siglo Bertrand Russell ya denunciaba la total ocupación del cinismo en la política, la religión, el patriotismo...». Me alimentan los guiones de Gregorio Parra en el programa y seguirán siendo espectaculares estas sobremesas hasta que la décima de segundo vaya avanzando poquito a poco, a su medida. Como para agobiarme por la tembladera de no llegar a tiempo mañana. Nada del otro mundo.
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