lunes, diciembre 09, 2019

Riesgos del paseo diario


Calculaba ayer las veces que subo al año al Santuario de Nuestra Señora de la Montaña de Cáceres. Más de ciento cincuenta (?). Primera aclaración: no subo por devoción, sino por hacer ejercicio. Y aunque algunos no acaban de comprender para qué he subido, ya que no entro en la ermita a rezar; yo sigo sin comprender a estas alturas de nuestra civilización ciertas supersticiones. El paseo, con todo, que requiere su esfuerzo, es muy agradable y ocupa una hora cabal. Por gimnasia o por fervor religioso. Segunda: desde que conocí el Pirineo aragonés y la zona de Sobrarbe (Torla u Ordesa), me cuesta no pensar en lo hiperbólico de la denominación «de la Montaña»; sobre todo, cuando hay tantas modestas vírgenes «de la Peña» por la geografía española y cuando soy de la opinión de que una prominencia de seiscientos metros es un cerro. Pero en lo consuetudinario la Montaña es la Montaña, y así lo digo y así va a quedar, seguro. El paseo es apacible aunque requiera su esfuerzo; pero no podía imaginar, después de tanto tiempo, que fuese tan expuesto, tan aventurado en un día de niebla que moja la acera que nos lleva y nos trae a todos los viandantes. Esta mañana, lunes y fiesta, a la altura del sitio conocido como «El Calvario», bajaba un señor cuya corpulencia fue lo último que vi antes de escuchar sus gritos a mi espalda. Qué dolor. Qué dolor. Joder. Qué dolor. Estaba tirado en el suelo después de haber resbalado junto a una chumbera amenazante. El corpachón se quejaba y no quería moverse. Le dolía la rodilla. Mucho. Una pareja que venía delante de mí también acudió y el marido llamó a las emergencias que enseguida dispusieron enviar una ambulancia al sitio. Los pocos andarines que subían o bajaban se interesaban por el tumbado entre matojos y sobre la hierba mojada, junto a la chumbera indolente. Subía uno que imagino que subía soñando con encontrarse con una ocasión así para gritar al postrado: «—¡Denuncie al Ayuntamiento! ¡Denuncie al Ayuntamiento! ¡Esto es una vergüenza! ¡Cómo tiene Cáceres este Salaya!». El energúmeno siguió su camino ascendente sin reparar en nada más que en el actual regidor de la ciudad culpable del resbalón. Bajaba en ese momento un conocido de estos paseos al que yo llamo Domingo porque siempre, siempre con indumentaria del Real Madrid, sube al santuario ese día de asueto —hoy no era domingo, pero como si lo hubiese sido— y llamó por su nombre al accidentado y se subrogó como persona que iba a ocuparse y permitirnos seguir nuestro ascenso a la cima. Llegué a la cúspide junto a la pareja, después de los inevitables comentarios sobre lo sucedido —conviene salirse de la acera al bajar; a veces echan sal, pero cuando hiela; no llevaba móvil; a mi marido se lo digo cuando sale solo, que se lleve el teléfono; es verdad… Y nos despedimos arriba hasta que me quedé solo para iniciar el descenso con la idea de contar el incidente. Por fortuna, al pasar por el sitio, ya no estaba el corpulento y del energúmeno ni rastro. 

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