martes, noviembre 26, 2019

«El Pelayo», de Jovellanos


El sábado por la noche me encontré en la calle con una pareja amiga y con su perrito (A). Yo había salido a tirar la basura, a sacar dinero del cajero y a dar una vuelta corta con la idea de volver pronto a esta mi casa en la que había dejado la calefacción encendida, el teléfono móvil en el escritorio y la pantalla del ordenador luminosa aún con la primera página de una reseña que estoy escribiendo de la espléndida edición crítica de El Pelayo de Jovellanos que hizo Elena de Lorenzo y publicó Ediciones Trea (noviembre de 2018). En la calle, poco después y por detrás de nuestro encuentro, tuve la grata sorpresa de ver a otras amigas (B) que habían coincidido con la pareja (A) —no sé si con perrito— en la misma celebración por la jubilación de un amigo común (C). En la conversación en medio de la calle, salió el Pelayo como tarea pendiente que conté a (A) y a (B), y la calefacción, la basura, el móvil en casa. Todo el mundo, (A) y (B), se reía con lo del Pelayo y me animaba a dejarlo por un rato para cenar juntos. Ya solo con (B); y con ellas cené. Cuando volví a casa, no muy tarde —se vino conmigo otro amigo (D), marido de una de las (B), a quien dejé en el sitio en el que seguían todos los amigos de (C)—, la temperatura de mi salón era la ideal para llegar de afuera, y en el teléfono, después de cuatro horas, no tenía ni una llamada perdida, ni un mensaje. Nada. Parecía triste. El móvil fue el que me pareció triste; porque yo me alegré. No dejó de ser saludable que en el aparatino no hubiese ninguna señal después de mi ausencia. Eran las doce y pico de la noche y todavía tuve un rato para revisar algunos de los jugosos paratextos del Pelayo que ofrece en su edición Elena de Lorenzo. De verdad. El domingo por la mañana paseaba por el parque y se me ocurrió algo sobre una presentación de un libro; pero también me anoté que debía mencionar que la edición crítica de El Pelayo tiene muchas aportaciones, además de considerar textualmente por vez primera dos manuscritos que no se conocían cuando se inició el proyecto, en 1984, de las Obras completas de Jovellanos; uno de ellos, catalogado en 2017 en el Museo Casa Natal del escritor de Gijón. Al volver del paseo, me encontré en una dulcería con una de las amigas (B) y más tarde recibí un mensaje de otra de las amigas (B) para que comiese con ellas. Comimos los tres —(D), y sus chicas de (B) se marchaban a Mérida— y volvimos a bromear con «mi» Pelayo, que yo seguí ponderando como un ejemplo de buena filología, salvado el texto de Jovellanos, que tiene su aquel trágico y su nacionalismo godo —«En fin, ya empieza España a recobrarse / de una injusta opresión […]» (vv. 2398-2399). Iba a dar las claves o las pistas para identificar a (A), (B), (C) y (D); pero no tiene importancia. Ahora lo que me pregunto es si alguna revista me admitiría esto como recensión crítica de una de las más rigurosas y preparadas ediciones de un texto del siglo XVIII que he leído en los últimos años. Ya hablando en serio; a ninguna se le ocurriría. Sigo con El Pelayo: «[…] El inconstante / capricho de la suerte eleva un día / lo que al siguiente sin razón abate; / un corazón virtuoso nunca debe / ceder a estas mudanzas; los cobardes / se humillan al destino, pero el héroe / sufre inmóvil su halago y sus combates.» (vv. 2052-2058). Me han dado un plazo generoso y quince mil caracteres como máximo. En ello sigo, entre otros quehaceres y sinsabores.


1 comentario:

  1. Excelente edición, sin duda. Lástima que a mí no me cundiese tanto cuando hice su reseña. La de García de la Huerta en Trea sin duda me dio más juego.

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