miércoles, agosto 14, 2019

García Blázquez


Por un texto de Álvaro Valverde me he enterado de la noticia publicada en el Hoy de la muerte de José Antonio García Blázquez, el escritor placentino (1940-2019). No sé por qué el periódico lo da como nacido en 1936. Me he acordado de una novela que habría que recuperar, Señora muerte (Ediciones Destino, 1976), buena pauta para quien quiera medir la altura de este autor. Me he acordado también de una excelente alumna a la que le sugerí que trabajase sobre él, y ahí quedó la cosa. Eso creo. Y he recordado que una de las primeras cositas que publiqué de crítica literaria fue una breve nota sobre «La palpitante construcción de El rito de José Antonio García Blázquez», en la revista Anaquel, núm. 6 (noviembre de 1987), que publicaba por aquellas fechas la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Extremadura. Así empezaba: «José Antonio García Blázquez (Plasencia, 1940), en el ámbito literario en que nos movemos, resulta hoy un escritor ejemplar. Por dos razones. La primera, su notable obra narrativa digna de un respetable hueco en la historia de la novela española contemporánea. García Blázquez inicia su trayectoria con Los diablos (Plaza y Janés, 1966), a la que siguió, con el reconocimiento del jurado del premio Alfaguara al destacarla como finalista en 1967, No encontré rosas para mi madre (Alfaguara, 1968). Varios años después obtiene el premio «Eugenio Nadal» de 1973 con su novela El rito (Ediciones Destino), publicada en 1974 con otra entrega ya en la calle, Fiesta en el polvo (Plaza y Janés, 1974). A éstas sigue la novela de García Blázquez que mayores elogios ha recibido de un importante sector de la crítica española y extranjera, Señora muerte. De ella, Ignacio Soldevila ha destacacado el especial diseño de los personajes —una constante en toda su obra—, que «combaten entre el egoísmo feroz y primitivo que ocupa el lugar fundamental de sus conciencias y la experiencia de sus debilidades, de sus deficiencias, que les fuerza a servirse de complicidades ajenas, en una extraña mezcla de autocompasión y sadismo» (La novela desde 1936, Alhambra, 1980, pág. 402). Una novela más cercana es Rey de ruinas (Plaza y Janés, 1981), hasta ahora su última narración larga, que no se despega sustancialmente de las maneras demostradas por su autor en el resto de su obra. Por último, reaparece el novelista placentino con el relato corto La identidad inútil (ERE, 1986), publicado el pasado año en la oportunísima colección «La centena» y que resulta una píldora cuidada de cuantos elementos han caracterizado la narrativa de García Blázquez, un eco comprimido de las inquietudes rastreables en otras novelas. La segunda razón de esa ejemplaridad de la que hablábamos al principio es la de su promoción y sustento como novelista. García Blázquez no ha hipotecado en ningún momento su pluma a ese etnocentrismo endémico que padece gran parte de los autores españoles de ahora cuando miran al ombligo de sus regionalismos. Conseguir esa imagen de escritor abierto e independiente no sólo se debe a oportunidades favorables, sino también a intención y deseo propios (quizá deba pedir disculpas por subrayar siempre este aspecto fundamental que para nada incide en la escritura de los buenos autores)». La cosa continuaba con una especie de análisis de la técnica de composición de El rito, una novela «perfectamente ideada para facilitar el desarrollo de una narración inquietante y el movimiento de unas figuras […] en un proceso alternativo de expansión y retraimiento. La novela, toda ella centro, corazón, funcionará dilatándose, encogiéndose y dilatándose al final por su lógico cierre. La tarea aquí será demostrar cómo dicha ordenación comulga enteramente con los contenidos de la novela, con el drama de un personaje que sufre un profundo desarraigo de su niñez, fruto de una meditada racionalización nihilista de un presente no vivido y un pasado añorado. La alternativa de esos dos tiempos será la ordenadora de las relaciones de los personajes y de las acciones de cada uno de ellos. Un agonista principal que se aferrará a un pasado que vanamente intentará identificar y sustituir en la segunda parte de El rito, su hijo Toy. Así, la construcción de la novela se establece en tres movimientos de diástole, sístole y diástole: cobra vida, como cada una de las figuras que van a dibujarse en ella». Y luego seguía un análisis de los seis capítulos de la novela y el juego de sus tiempos narrativos. No sé. Me he acordado de aquello como homenaje a García Blázquez.

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