Hace seis años, tal día como hoy, puse aquí que mi Facultad echaba el cierre los primeros quince días de agosto. La medida, justificada por ahorro, se ha instituido como norma y costumbre, y yo creo que casi nadie ya lamentará no poder acudir al lugar de trabajo. Más renuencia y desagrado habrá por la obligación de tomar vacaciones en esta primera quincena, sobre todo en el personal de administración y servicios. Lo cierto es que agosto empieza hoy con las temperaturas más altas de esta temporada y con las mismas sandeces repetidas con insistencia que recomiendan combatir el calor con lo que todo el mundo sabe. Es como si nos dijesen —y pasa también cuando hace frío: —«Sé que es usted tonto, y quiero recordárselo». Creo que fue un alcalde de Nueva York el que dijo que «Si no fuera por los asesinatos, NY sería la ciudad con menos criminalidad del mundo»; por eso no me extraña que la mayoría nos tome a los más por mayoritariamente idiotas, valga la redundancia. Esta mañana temprano se estaba muy bien en el paseo por Central Park. (No sé en qué estaré pensando) Quiero decir por el paseo central del Parque del Príncipe de Cáceres, una ciudad muy conservadora en esto de los nombres —el estadio del Club Polideportivo Cacereño se llama «Príncipe Felipe»— que se ponen a sabiendas de su más que probable efímera condición. Lo que ocurre luego es que todo se lexicaliza y el Príncipe puede ser el de Maquiavelo, el azul o el de Vergara. En fin, hoy, primer día de agosto, no he escalonado salida alguna, no tengo prisa por llegar, no me he expuesto al sol, y muy pocos me han recomendado que lea un libro bajo el frescor de esta parra a la que pusieron el nombre de Fuji, el monte más alto de Japón, y que funciona con mando a distancia.
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