El radiador de mi baño, sin nada que lo activase, tenía ayer por la tarde una temperatura casi óptima para un día de invierno y ayer también recibí, con pedido de opinión, un texto excelente, una especie de cuento que todavía no es nada, porque sigue en fárfara; pero es muy bueno. Empieza así: «Ahora que la medianoche se deshace y la lluvia marca un ritmo de corazón tranquilo, busca la memoria el agua del origen». Dicho esto, ayer leí en El País un artículo de la agente literaria Kate McKean (Howard Morhaim), traducido por Mª Luisa Rodríguez Tapia del original publicado en inglés hace once días en The Outline. «No, no todo el mundo tiene un libro dentro», es el título. La teoría literaria que lo sustenta es endeble («Un libro también puede consistir en cosas que han pasado o que nos habría gustado que hubieran pasado, adornadas para hacerlas más interesantes, pero con eso no basta»); y se nota que quien escribe se dedica comercialmente al texto literario y está bastante harta de recibir mecanoscritos de personas que quieren triunfar. Por eso considera que «dominar el lenguaje no implica necesariamente que se pueda escribir». ¿Cómo que no? Claro que se puede escribir. Pero es que ella se refiere a «escribir un libro», que es su concepto profesional. Sí que se puede escribir, y se debe escribir; pero quizá no lo que ella busca como agente literaria. Y estoy muy de acuerdo con el ejemplo que pone: «Pongámoslo así: yo corro desde que tenía un año. ¡Casi 40 años corriendo! Pero sería completamente incapaz de correr una maratón. No estoy capacitada físicamente para hacerlo aunque puedo correr varios kilómetros seguidos. Escribir un libro es una maratón. Hay que entrenarse, practicar, comprender cuáles son los propios puntos fuertes y débiles, y trabajar mucho para superarlos. Se necesita ayuda, comentarios y apoyo, y hacerlo muchas veces antes de que se llegue a correr la mejor carrera. Escribir un libro que alguien quiera leer es correr la mejor maratón posible. Nadie lo hace de buenas a primeras, y pocos escritores tienen el aguante necesario sin un entrenamiento riguroso». Está bien; pero el ejemplo parece una advertencia casi admonitoria. Me he acordado de un argumento parecido desde una posición bien distinta, precisamente la de un escritor, José Antonio Ramírez Lozano, que bastante antes de ese artículo de ayer, el 17 de mayo de 2004, en una entrevista que le hizo Manolo López, el redactor del Hoy en Badajoz dijo: «A mí me interesa ahora más que la gente escriba, no solo que lea sino que escriba. Que la gente monte en bicicleta sin ser Induráin, que la gente juegue al fútbol sin ser Maradona..., que esto de escribir permite una gran creatividad y libertad de la persona, llegue uno o no a ser profesional». Por eso, en más de una ocasión, he citado a Ramírez Lozano en público a este propósito, la mayoría de las veces en el aula, en mis clases. Me gusta más su sentido común y es más constructivo y tolerante que el profesional de Kate McKean, que también lleva su razón, claro.
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