Profunda pena al llegar a casa y encender la radio: Fulgen Valares ha muerto. Golpetazo y sorpresa saber que llevaba unos días en coma por un infarto que no ha superado, que falleció ayer y que esta mañana ha sido su funeral. En la inopia. He escuchado en la SER de Extremadura las voces de Silvia Gordillo, directora del Gran Teatro de Cáceres, de Olga Estecha, que trabajó con Fulgen en la dirección del Festival de Teatro Clásico de Alcántara desde 2013, y de Isidro Timón, gran valedor del escritor y actor desde sus inicios en el Aula de Teatro de la UEX y compañero también en la Escuela de Arte Dramático de Extremadura. Profunda pena. Fulgencio Valares Garrote había nacido en San Sebastián en 1972, pero a los cinco años se vino a vivir a Miajadas (Cáceres), y allí trabajó como carpintero en la empresa familiar. A finales de los años noventa se trasladó a la capital cacereña, en donde se vinculó como actor a actividades teatrales como la que desarrollábamos en la Universidad con Isidro Timón como director del Aula de Teatro de la UEX, y ya en 2001, casi coincidiendo con mi distanciamiento de la primera fila de aquella memorable aventura, estrenó Pared con pared como responsable del Aula de la UEX en Badajoz, texto al que siguieron Punto de partida y Compañera del alma (2003 y 2004). Su capacidad de trabajo era admirable y me alegraban mucho sus cada vez más frecuentes novedades literarias, como la publicación de La mancha de la mora (Badajoz, Los Libros del Oeste, 2006), que obtuvo el Premio de Novela «Carolina Coronado Ciudad de Almendralejo» de ese año, o su pieza teatral Santo silencio profeso (Mérida, De la luna libros, 2007), centrada en la figura de Francisco de Quevedo. Antes de decirme cualquier cosa, la encabezaba con un «—Señor», que también le servía para cerrar sus «—Gracias». Era su delicada forma de tratar a la gente, tan especial, como su manera de reírse; aunque siempre he creído que quería ser agradable conmigo como una muestra de respeto a un profesor universitario interesado en el teatro más vivo. Así ocurrió en nuestros últimos encuentros para organizar alguna actividad paralela en el Festival de Alcántara, con Olga Estecha. Fulgen fue el último dramaturgo incluido en el tomo dedicado al teatro y al ensayo de la antología Literatura en Extremadura 1984-2009 que publicó la Editora Regional de Extremadura en 2010, junto a seis autores —Martínez Mediero, Leandro Pozas, Miguel Murillo, Jorge Márquez, Juan Copete e Isidro Timón—, y ha sido el primero en irse. Quien hizo esa selección, Gregorio Torres Nebrera (1948-2013), escribió que «estamos ante un autor que sabe inventar situaciones, que sabe dialogar con soltura, y con poesía, y al que le interesa el ejercicio de acercar, y contrastar, la historia y el presente, el ayer con el hoy». Acertó; pero también dijo de Valares que era «la última promesa de los dramaturgos del teatro extremeño de ahora mismo» y hoy lamentaría conmigo haberse equivocado, porque, evidentemente, no somos nada. O casi nada. Porque ahí queda lo hecho. Y Fulgencio Valares nos ha dejado mucho, ha aportado mucho a la vida teatral de este entorno que es teatrero, que no es mal hábitat para seres como él, a quien ahora recuerdo estremecido. Y es que haber sabido así que Fulgen Valares se ha ido es lo más parecido a una muerte súbita, por accidente, como un sobresalto aterrador y trágico que uno recibe en su sitio de este patio de butacas numeradas sin orden que es la vida.
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