Es fascinante cómo han campado algunas palabras por los vastos y a veces tornadizos territorios del uso lingüístico. Es el caso de nimio. Significa «Demasiado, excesivo, prolijo», como recogió el tomo cuarto del primer diccionario académico (1734), que ya avisaba, después de definir nimiedad como «exceso o demasía», que esta palabra, en el estilo familiar «se usa por poquedad o cortedad; y se debe corregir, pues significa esta voz totalmente lo contrario». Poco cuajó la advertencia, porque creo que, aunque en el diccionario actual convivan acepciones opuestas —«insignificante, sin importancia» junto a «excesivo, exagerado»—, todos consideramos que una nimiedad es algo que no tiene importancia y que algo nimio es insignificante. En latín no hay duda: nimius es «excesivo, abundante». Sin embargo, como se lee en el Diccionario crítico etimológico de Corominas-Pascual —en la imagen— «hoy esto no tiene remedio». Sea.
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