jueves, noviembre 30, 2017
Glorias de Zafra (XVII)
Hoy va a ser al revés. Me traigo de Facebook aquí, a mi Pura tura, mi recuerdo.
miércoles, noviembre 29, 2017
Miguel Murillo en el Aula literaria José María Valverde
Este curso el inicio de la programación del Aula literaria «José María Valverde» será en la Facultad de Filosofía y Letras, que, desde la fundación de esta actividad, ha venido recibiendo a autores —José Agustín Goytisolo, Manuel Vázquez Montalbán, Guillermo Carnero, María Victoria Atencia, José María Guelbenzu...— como un centro más de los participantes, todos institutos de Enseñanza Secundaria de la ciudad. Será un placer recibir a un escritor amigo, a una de las personalidades literarias que ha dado Extremadura —esa Extremadura literaria hecha aquí y difundida desde aquí como marca de normalización cultural—, como Miguel Murillo (Badajoz, 1953), director actualmente del Consorcio Teatro López de Ayala de Badajoz. Además, es un dramaturgo, un hombre de teatro. Bien está. Porque no pasan de cuatro los autores de teatro entre los más de noventa que han pasado por el aula en todos estos años. Bien está. Mañana, a las 12:15 horas, Miguel Murillo nos visitará para celebrar un encuentro con alumnos de bachillerato de Cáceres, en el Paraninfo, y esa misma tarde, a las 19:15 horas, en el salón de actos del Palacio de la Isla, tendrá lugar la habitual lectura-conferencia abierta a todo el público de la ciudad.
martes, noviembre 28, 2017
Nuevo curso del Aula Valverde
El dramaturgo Miguel Murillo, el cantautor Luis Pastor, el escritor tijuanense Omar Pimienta y la poeta Aurora Luque son los cuatro autores que este año visitarán Cáceres para participar en el Aula Literaria «José María Valverde». En la página de la Asociación de Escritores Extremeños se puede consultar la programación de sus aulas literarias, y también el último número de su revista El Espejo.
lunes, noviembre 27, 2017
Felipe Hernández
«No sé si está mal decir que es un privilegio trabajar en lo que me gusta. Me acuerdo de mi hermano José María leyéndome por las noches los poemas que él adoraba, y me acuerdo de mis reniegos veniales alegando sueño y la ironía que gastamos hoy a costa de mi dedicación y de aquel cuarto con dos camas. Me acuerdo de Felipe, mi profesor de literatura en el instituto, que llegó después para empujarme hacia esta realidad visible. Hoy sigue enseñando, y se ha convertido en un consumado pianista y un experto en lenguaje musical y en Alban Berg, música y palabra. Quizá mañana yo, gracias a mi hermano, a mi profesor de antaño y a la literatura llegue a ser un buen reponedor en un hipermercado, que es uno de los mejores oficios para empezar a ser alguien.» (El trabajo gustoso. Un cuaderno de clases, Mérida, ERE, 2002, pág. 18). Escribí esto hace más de quince años. Hoy, la periodista extremeña Pepa Bueno ha dicho en Hoy por hoy, el programa que dirige, que uno de sus mejores profesores fue el que le dio literatura en Bachillerato en Badajoz, quien verdaderamente le enseñó a leer y a valorar la palabra escrita. Se llamaba Felipe Hernández —ya se refirió a él en otro lugar— y le regaló una edición de La realidad y el deseo, ha dicho. Estoy convencido de que hablamos de la misma persona.
Apuntes de noviembre
[Lisboa, 16] Hablé con un señor que acudió al acto convocado por el Instituto Cervantes para inaugurar la exposición que conmemora los veinticinco años de la «Biblioteca de Barcarrota» hasta el 4 de diciembre, y se extrañó de que yo emplease el adjetivo «irresoluto». Yo creo que no llegó a comprender el significado de mi cita, que fue lo que dijo Francisco Rico sobre aquellos preciosos libros que se encontraron emparedados en una casa de Barcarrota en 1992 y que podrían tener procedencias diversas y haber llegado a manos de un «librero irresoluto» que se libró de ellos. Lo más cierto fue que aquella tarde los dos nombres que con más firmeza pronuncié fueron los de Fernando Tomás Pérez González y Fernando Serrano Mangas —quien más negó aquella opinión de Rico—, que fueron los que más contribuyeron, ab initio, a que hoy dispongamos de este patrimonio que ha sido preservado, difundido y estudiado, y que todavía sigue falto de la actuación que culmine el proyecto editorial de publicar toda la colección en facsímiles. Lo dije ante el embajador de España en Lisboa, Eduardo Gutiérrez Sáenz de Buruaga, y ante Miriam García Cabezas, secretaria general de Cultura, que representaba a la Junta de Extremadura, y con el asentimiento de Javier Rioyo, anfitrión, director del Instituto Cervantes de Lisboa, y de Julia Inés Pérez González, directora de la Biblioteca de Extremadura. Ojalá. Me gustó mucho viajar con mi compañero Juan Carrasco, catedrático de Lengua y Literatura Portuguesas en mi Facultad —ida y vuelta en el mismo día, y condujo él. [Ribera del Fresno, 19]. Me pongo muy nervioso cuando alguien toma la palabra y no respeta el tiempo que le han dado para que diga lo que tiene que decir, que, además, no suele ser digno de alabanza. Estuve recordando a Juan Meléndez Valdés, que a mí me parece un tipo tan importante y tan entrañable como Antonio Machado, que también acabó tristemente sus días por un parecido sur de Francia. Con Piedad Rodríguez Castrejón, alcaldesa de Ribera, muy bien tratado, y con la Asociación Histórica de Almendralejo y sus IX Jornadas de Historia de Almendralejo y Tierra de Barros. Me regalaron una botella de vino blanco «Batilo», el sobrenombre poético del poeta. [Cáceres, 20]. Algo anoté de Pessoa. Me parece que eso tan repetido de que la literatura, como el arte en general, es la demostración de que la vida no basta. No he tenido tiempo de confirmar si la cita no es apócrifa —siempre quiero saber de dónde sale, de qué obra, qué edición, qué página. Yo sí me sé algo de Álvaro de Campos que viene a decir qué es el hacer versos sino confesar que la vida no basta; pero me da la sensación de que lo que ocurre en la vida ya ha ocurrido en la literatura o en otros rincones del arte, como en un bolero que dice que «Hoy resulta que no soy de la estatura de tu vida» o que «Te devuelvo tu promesa de adorarme / ni siquiera tengas pena de dejarme / que este pacto no es con Dios». Me he acordado de dos personas que conozco y que se sentirían retratadas. En fin, la vida, la literatura. [Madrid, 24] En la puerta de acceso a la Biblioteca Nacional, antes de visitar el Museo Arqueológico. Se me ocurrió entrar un momento para renovar mi carnet que me caduca esta semana y aquello estaba tomado por la policía —mirando también en las alcantarillas. Una funcionaria quiso explicarnos que «Los Reyes de España han presidido este viernes la primera reunión del Pleno del Real Patronato de la Biblioteca Nacional de España como muestra de su apoyo y compromiso con la institución, que comienza una nueva etapa tras la aprobación de su Ley Reguladora y su Estatuto derivado en diciembre de 2016»; pero lo único que nos dijo es que a ellos no les informan de nada y que nada podía decir. Con el cordón policial, tras el enrejado, vimos al rey Felipe VI y a la reina Letizia, a un grupito de niños escogidos y a Luis Alberto de Cuenca. Un par de horas después comimos en Casa Lucio. Qué cosas.
sábado, noviembre 25, 2017
Oasis
«Te lo dirá el aire si procuras
el trazo abierto,
el sitio de la luz
en el poema.» […]
—Ángel Campos Pámpano—
el trazo abierto,
el sitio de la luz
en el poema.» […]
—Ángel Campos Pámpano—
Gerardo Diego
Recién llegado de Madrid, he podido escuchar el programa de RNE «Documentos», dirigido por Modesta Cruz, y dedicado hoy a «Gerardo Diego. Tradición y vanguardia en la poesía», que ya se puede escuchar en el archivo de la página web de la emisora. Serán azares cotidianos, porque, anoche, camino de una cafetería ya conocida para picar algo, pasamos por el número 9 de Covarrubias esquina José Marañón y volvimos a ver la placa que dice que allí vivió el poeta desde 1940 y allí murió a sus noventa años en 1987. Hoy, ya en casa, voces amigas como las de Pureza Canelo o F. Javier Díez de Revenga me han hablado sobre la obra múltiple e incansable de Gerardo Diego; también su hija Elena ha dicho bien cómo era el padre, el hombre de cultura, amante, amigo, cómplice de la música. Podrían haber intervenido —no todo cabe— otras voces con la misma solvencia, como las de José Luis Bernal o Juan Manuel Díaz de Guereñu, que este próximo martes presentan en Madrid su monumental edición del Epistolario (1916-1980), entre Gerardo Diego y Juan Larrea, otra de las numerosas aportaciones de la Fundación Gerardo Diego como Centro de Documentación de la Poesía Española del Siglo XX y la que ha convertido al santanderino en el poeta mejor editado de toda su generación; la que ha dado a la luz en coedición con Editorial Pre-Textos los dos volúmenes de la Prosa musical (2014 y 2015), en edición de Ramón Sánchez Ochoa y Elena Diego Marin, y los dos, casi mil quinientas páginas, sobre lo dejado por el autor, en edición de Franciso Javier Díez de Revenga, de la Poesía completa (2017). Todo Gerardo Diego es mucho; pero sigue habiendo oportunidades para conocer mejor un tiempo y unas obras —no solo las suyas— que nos enriquecen. Por eso, recuerdo que este martes yo seguiré en directo desde casa —obligaciones mandan— el acto de presentación de ese epistolario de Diego-Larrea en la Residencia de Estudiantes de Madrid.
lunes, noviembre 20, 2017
13 + 5 = 18. Incunables en la Biblioteca Pública de Cáceres
Todos los años una sesión de dos horas de mis clases de Fuentes para el Estudio de la Literatura Española se traslada a la Sala «Vicente Paredes» de la Biblioteca Pública «A. Rodríguez-Moñino/María Brey» de Cáceres. El pasado martes estuvimos allí Guadalupe Nieto y yo con un grupo de ocho estudiantes —seis del Programa Erasmus—, para disfrutar de las explicaciones de Teresa Gómez Pérez, del cuerpo técnico superior facultativo de la Biblioteca Pública, y de la contemplación de piezas muy valiosas del rico fondo antiguo de esa biblioteca. Presididos didácticamente por un ejemplar del facsímile de la Biblia de 42 líneas de Gutenberg, pudimos ver algunos de los trece incunables que se conservan allí, como las Antigüedades Romanas, de Dionisio de Halicarnaso (Venecia, 1498). Gracias a Teresa, supimos de primera mano que se han catalogado cinco nuevos incunables del fondo y que hoy ella impartirá una conferencia para darlos a conocer. Un hallazgo muy importante y un privilegio estar tan cerca. Enhorabuena.
jueves, noviembre 16, 2017
viernes, noviembre 10, 2017
Día de las Librerías
Ayer me adelanté a la celebración del Día de las Librerías. Anduve varios kilómetros y logré convertir un recado —recoger unos papeles— en una caminata con el mismo aire deportivo que cuando subo solo a la Montaña —chubasquero, zapatillas y auriculares por los que me llegaban las palabras del escritor Jordi Puntí sobre su reciente libro Esto no es América (Anagrama), con nueve cuentos que también han aparecido en edición catalana, Això no és Amèrica (Empúries). O al revés, no sé—. A la vuelta, y de la misma guisa, entré en la librería «El Buscón», que es en la que siempre encuentro más novedades que me interesan y la más plural de todas las de esta ciudad en fondo editorial. Con Antonio, el librero, siempre hay conversación. Sobre los dos títulos de Juan Cárdenas que ha publicado este año Periférica. Mi duda era si el último es Zumbido —ya sé que es reedición— o El diablo de las provincias. Me llevé ambos. Jorge Barriuso, que dedicó a esta última novela no hace mucho su «Barriupedia» de Radio 3, me dijo el miércoles que le ponía más hablar de libros en cuyos créditos aparezca Cáceres o Cuenca que no Madrid o Barcelona. O la Isla de San Borondón, que él conoce como sede de Ediciones Liliputienses. Tarde dromomaníaca en la que crucé pasos de cebra con semáforos, transité por aceras deterioradas, esquivé vallas de obras, y dejé pasar una esquina tras otra; e imaginé en una de ellas —ahora no sé si lo vi o lo leí— a una mujer que toma las manos de su acompañante, hace el gesto de apretar los labios para afanarse en algo, y agita las suyas como quien da golpes suaves al corcho de una botella de vino —blanco y algo dulce. Eso fue ayer; hoy solo he pasado por el escaparate de otra librería sin pararme. Al fin y al cabo, uno no necesita ningún día de celebración para lo que forma parte de su vida. A esta hora, sigue siendo el Día de las Librerías.
domingo, noviembre 05, 2017
Macondo
Yo no sé cuántas ciudades de este mundo nuestro tienen un callejero en el que se concentren en un barrio residencial moderno, por voluntad de sus promotores, nombres que aludan al entorno de una sola novela. En Cáceres hay una zona residencial que se llama «Macondo», con su parque del mismo nombre, su calle «Gabo», su calle «Paraíso Terrenal» y su calle «Cien años de soledad», como referencias genéricas. El resto está rotulado con los siguientes nombres: «Aureliano Segundo», «Padre Nicanor», «José Arcadio Buendía», «Coronel Arcadio Buendía», «Francisco el Hombre», «Pilar Ternera» y «Dr. Alirio Noguera». Ahí es nada. Tengo amigos y conocidos que viven en esas calles. Aunque solo fuese por eso, podrían acercarse el miércoles a la conversación pública hasta completar aforo que vamos a tener en el Instituto de Lenguas Modernas de Cáceres —desde las 19:00 horas— sobre Cien años de soledad. Participarán, moderados por mi compañero Ignacio Úzquiza González, profesor de Literatura Hispanoamericana en la UEX, estos cuantos lectores de la novela de García Márquez: Jordi Gracia, Juan Domingo Fernández, Jorge Barriuso y Gonzalo Hidalgo Bayal. Organiza la Fundación Europea e Iberoamericana de Yuste.
miércoles, noviembre 01, 2017
El silencio de los muertos
Día de difuntos. He leído, tomando una cerveza, solo, en la plaza más bonita de Cáceres, los dos periódicos que compro desde hace décadas —el Hoy y El País. Salvo la corrección social de saludar y hablar de lo consuetudinario con los camareros conocidos y con un matrimonio amigo que disfrutaba del mismo momento en la misma plaza y en otro sitio, no he hablado con nadie en todo lo que va del día. Pan y prensa. Ahora como solo en la cocina, mientras suena en el aparato de radio un poema sinfónico del compositor libanés Bechara El Khoury —que no hay que confundir con el mandatario de allí— que han programado en La hora azul, de Radio Clásica —tengo pendiente escribir aquí que vengo notando que en esta emisora hay cada vez más palabras y menos música; no sé— y que me tomo como un cambio de plano de la altisonancia del boletín informativo a esta calma del día de los muertos. Estos, los muertos, son, en buena medida y en cierto modo los culpables de que yo hoy esté solo. Una situación habitual que vivo sin disgusto. Vaya esto por delante y por detrás. He comido un pescado al horno que tiene el mismo nombre con distinta grafía que aquel extraordinario cuento de Juan Rulfo de El llano en llamas. Sus tres sílabas, sus mismas vocales en el mismo orden, como la palabra música, como subida, como rutina. En ese cuento el hombre que habla dice del lugar que se llama Luvina que es muy triste: «Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa, como si a toda la gente le hubieran entablado la cara. Y usted, si quiere puede ver esa tristeza a la hora que quiera. El aire que allí sopla la revuelve, pero no se la lleva nunca. Está allí como si allí hubiera nacido. Y hasta se puede probar y sentir, porque está siempre encima de uno, apretada contra de uno, y porque es oprimente como una gran cataplasma sobre la viva carne del corazón.» Es un cuento maravilloso que el otro día recomendó Miguel Díez en una entrevista en la que promocionaba su libro Cómo enseñar a leer en clase. Memorias de un viejo profesor (Reino de Cordelia, 2017) y en la que también recordó otro extraordinario cuento de su hermano Luis Mateo Díez, «Brasas de agosto». En él, el personaje se autorretrata con esa frase de «el repetido trance de verme embarcado siempre en algo ajeno que me acabe involucrando más allá de lo debido». A veces he pensado en eso cuando no he sabido decir que no a una proposición de trabajo, a un encargo; y también he pensado en las veces que no me he involucrado en lo prójimo más de lo debido, y defraudar, como tantas veces me ha ocurrido. No es malo este silencio de los muertos si sirve para sentir, entre estas cuatro paredes de la conciencia, el eco de mi firme voluntad de no hacer daño a nadie.